Desde 2007 la inflación se ha mantenido en un dígito, es decir, por debajo del 10%, lo cual ha sido una buena señal de estabilidad macroeconómica. Sin embargo, también es cierto que la inflación de alimentos y los precios de combustibles siempre han tenido un comportamiento distinto al promedio nacional estable y bajo.
El aumento de los precios de alimentos por encima del promedio de los demás bienes de la canasta de bienes y servicios utilizada por el Banco Central del Paraguay es una constante desde hace 20 años.
Esta situación repercute en los niveles de pobreza, ya que la misma se mide por el costo de la canasta básica y la disponibilidad de ingresos en los hogares para adquirirla. Cuando aumenta el precio de esa canasta y los ingresos se mantienen, se produce un incremento de la pobreza. Por ejemplo, en 2006, el incremento del 28% del precio de los alimentos explicó el 60% del aumento de la pobreza.
Si analizamos los últimos 14 años de tasas de inflación menores al 10%, el aumento de los precios de las frutas y verduras fue mayor que el promedio en 10 años y en 5 años estos incrementos fueron de dos dígitos llegando inclusive a niveles cercanos al 20% anual.
Es inaceptable que en un país productor y exportador de bienes agropecuarios no exista suficiente oferta para garantizar el acceso a alimentos con precios justos por parte de las familias. La situación es grave porque no solo afecta a los hogares urbanos, sino también a los rurales productores de alimentos, lo cual explica la persistencia, el nivel y la profundidad de la pobreza campesina.
El alto costo de los alimentos en un país con niveles bajos de ingresos trae aparejado el consumo de productos más baratos y menos nutritivos, lo cual ya tiene consecuencias graves en la salud. La principal es el aumento sostenido de la obesidad. La mitad de las personas adultas y un tercio de niños, niñas y adolescentes sufren este problema. En la última década, el aumento más rápido del problema se dio en la niñez.
En el caso de los combustibles, el escenario no es mejor. Paraguay es uno de los mayores productores de energía renovable; sin embargo, el 40% de la energía consumida proviene de biomasa con consecuencias graves en la deforestación; mientras que el consumo de combustibles fósiles, en lugar de disminuir, aumenta.
Esta matriz energética es insostenible ambientalmente y pone a Paraguay en una situación de vulnerabilidad externa, igual que en el caso de los alimentos, que además de depender de los precios internacionales al exportar, estamos importando cada vez más alimentos.
El problema inflacionario nos está demostrando que no hicimos las cosas bien en el pasado. Paraguay debería haber tenido una economía mucho más resiliente y con menos riesgos en comparación con otros países que no cuentan con las oportunidades que nosotros tenemos. Sin embargo, somos tanto o más vulnerables que el resto de la región. Es urgente que cambiemos esta situación con políticas que transformen nuestra matriz productiva, exportadora y energética para reducir nuestras vulnerabilidades.