Para muchos, en el fondo, sigue siendo un misterio este grupo del G20, poderosos de la Tierra que están reunidos en Argentina en este momento, con la cara de niño feliz del presidente Macri, que considera esta visita una muestra de respaldo a su mediocre administración económica con problemas enormes, los cuales heredó en parte de la corruptela kirchnerista, pero que él tampoco supo solucionar.
Lo que sí sabemos es que la presencia e influencia del G20 están en alza (gente como Putin, Trump, Xi Jinping no va a Buenos Aires solo para tomar café y escuchar tango), pero que la invitación a integrarla no depende solo de tener plata, economía estable o fuerza militar se patentiza con la misma inclusión de Argentina, cosa que hicieron en la época de Menem por invitación de los Clinton.
Lo que nadie duda es que se trata de una reunión de “chetos” de las finanzas y las políticas no solo globales, sino globalistas, pues tienen claras intenciones de que su “agenda” se cumpla no solo en los países que integran el grupo, sino en todo el mundo.
La información superficial que se maneja es que es un foro de deliberación política y económica mundial, cuyos miembros se destacan por su influencia geopolítica. Entre todos dicen representar al 66% de la población mundial con el 85% del producto bruto mundial. Pero no olvidemos, para entender en parte su complejidad, que 14 organizaciones internacionales más son socias del G20, entre ellas ONU, FMI, BID, Banco Mundial…, cada uno con su propias prioridades y efectos colaterales para el resto.
Incluí en el título de este artículo la palabra entretelones porque no es difícil encontrar similitudes entre el espectáculo global que se da en torno al G20 con una representación teatral, cuyos autores, tras bambalinas, aprenden parlamentos de memoria y llegan a fríos “consensos” sobre la mejor performance para salir al escenario y “sensibilizar” al público, sin toda esa armonía que tratan de trasmitir bajo las luces mediáticas. Es conocida la conflictuidad que genera el ego de ciertos artistas… Esto significa que las verdaderas discusiones, el tono y los secretos que implican sus bajadas de línea para la economía y la política global, en verdad no están al alcance de la mayoría planetaria que dicen representar. Sin embargo, están discutiendo temas que sí nos afectarán a los de a pie, como el manejo de nuestros recursos naturales, el control de nuestra educación y de nuestra salud, la universalización de seudoderechos como el aborto, reprobados por la mayoría, etcétera.
Creo que algunas claves del discurso de agosto del acorralado presidente Macri en las previas de esta cumbre nos pueden ayudar a entender, si buscamos en diccionarios posmodernos, a aquellos que quedamos fuera del teatro, tales como: deseo de tras versalizar la “materia de género” en la “agenda” política y económica (en plena discusión en su país sobre la nueva Educación Sexual Integral –ESI– con perspectiva hedonista e ideológica de la sexualidad), ya que el desarrollo “equitativo” y “sostenible” (¿para quiénes equitativo y sostenible?), dijo, requiere alcanzar “consensos” (adiós a las verdades de fondo sobre la situación de pobreza y falta de equidad que afecta a millones de personas, que serán ignoradas o manipuladas a gusto para alcanzar los objetivos del G20 con base en sus “intereses comunes”).
Hablaba también Macri, desde su libretillo aburrido (¡libretos de teatro eran los de antes, cuando la libertad humana se desplegaba en la búsqueda de su expresión genuina!), de trabajar “con todos los sectores” de la “sociedad civil” (cada vez menos vinculada a los valores y al sentir de los ciudadanos de a pie) para hacer posible la “gobernanza” (de mano de los “expertos” y por encima de la voluntad popular expresada en los votos soberanos de la mayoría silenciosa y silenciada) para enfrentar “colectivamente” (¡ni Stalin se atrevería hoy a hablar de colectivismo!) los desafíos globales del siglo XXI. En fin, así está la cosa…