Es el 2815 y un robot deambula por una Tierra contaminada. Sus habitantes tuvieron que abandonarlo porque el planeta se convirtió en un enorme basurero que hace imposible la sobrevivencia. En este escenario posapocalíptico, mientras los humanos viajan en un crucero estelar a bordo de naves lujosas e hipercómodas, WAll-E (Waste Allocation Load Lifter-Earth class) limpia el planeta de los desperdicios eléctricos y electrónicos. Pero no hace falta adelantar 796 años para despertar en un mundo en el que los desechos sustituyan nuestros recursos naturales.
Los dispositivos eléctricos son distintos de los electrónicos. Motores, lavarropas y heladeras son eléctricos, mientras que los celulares, la televisión, la radio y las computadoras son electrónicos. Se distinguen, principalmente, por su dimensión y por los circuitos internos. Todos estos artículos los usamos a diario y son potenciales basuras. En el 2009, el consumo de productos electrónicos se disparó en Paraguay con el advenimiento de la tecnología digital.
Cada paraguayo/a produce 4,9 kg de basura electrónica al año (aproximadamente, el peso de una CPU). Así lo indica la última investigación conducida por Gestión Ambiental para el desarrollo sustentable (GEAM) y la Universidad Católica titulada Reciclaje de electrónicos. La ausencia de una legislación que atienda al problema específico de estos residuos se traduce en inacción del Estado hacia el procesamiento adecuado de este tipo de desechos.
Desde el 2000, los países industrializados adoptaron fuertes medidas, estrategias y legislaciones que promueven soluciones con un enfoque sistémico al problema de los residuos de aparatos electrónicos (RAEE). Jorge Abbate, ingeniero y director ejecutivo de GEAM, opina que con la ley que tenemos en la actualidad, es imposible gestionar la e-waste (basura electrónica).
“Según la normativa europea, existen 10 tipos de residuo electrónico. Acá en Paraguay nuestra legislación es insuficiente para atender ese problema. No tenemos todavía la normativa específica para hacer exigible que los productores de electrónicos se hagan cargo del residuo cuando la vida útil del producto se termina”, explica el especialista.
Para Hugo Chávez Carvajal, antropólogo visual especializado en la reparación y reutilización de e-waste, es importante instalar este tema en la agenda pública por razones que hoy no podemos ni siquiera dimensionar. “Durante mucho tiempo no existieron procedimientos adecuados para gestionar la basura electrónica. El acelerado crecimiento de la tecnología digital, sumado a los evidentes y muy graves trastornos en el medioambiente por su producción y temprana muerte, lo están obligando”, considera.
Muchos de los celulares o de los ordenadores de la década pasada están acumulados en nuestras casas porque los nuevos sistemas operativos ya no son compatibles, porque pertenecen a viejas versiones o, simplemente, porque quedaron obsoletos. Roberto Lima, director del Centro de Tecnología Apropiada de la Universidad Católica, considera que el problema en Paraguay es que la basura electrónica no se tira.
“No sabemos cómo deshacernos de ella. No nos dicen qué hacer. Creemos que todavía podemos utilizarla. Pensamos: ‘No voy a tirar porque funciona todavía’. Pero es una mentira a medias porque los sistemas están hechos para eso, para que ya no sirvan. Entonces, son residuos, y lo que no sabemos es qué hacer con ellos. Los paraguayos no están tirando mal, no es que vos te vas a un vertedero y encontrás un montón de residuos electrónicos, sino que no tiran su e-waste”, expresa Lima.
En el siglo pasado, las novelas distópicas nos advirtieron sobre los peligros de la tecnofilia y fueron objeto de numerosos relatos sobre la contaminación y el desperdicio electrónico. Plantearon escenarios en los que el ser humano era vencido por su propia creación. Ya en 1952, el escritor estadounidense Kurt Vonnegut había anticipado la automatización de la sociedad con La Pianola. Desde la vanguardia de la ucronía cyberpunk, Philip K. Dick imaginó para Blade runner una sociedad destruida después de la guerra, la contaminación y la explotación de la naturaleza.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) reveló que en el 2018 se produjeron 50 millones de toneladas de basura electrónica en el mundo. Esto equivale a 4.500 torres Eiffel. Se estima que para el 2050 la cantidad de e-waste alcanzará 120 millones de toneladas. Asimismo, se calcula que la chatarra electrónica acumulada en el mundo contiene más de USD 62.500 millones en materiales preciosos como hierro, oro y cobre, según datos de un informe publicado en el 2017 por el Global E-waste Monitor. Esta enorme cantidad de dinero supera el producto interno bruto de 123 países.
Obsolescencia programada
Antes de convertirse en residuo, nuestros dedos recorrieron la pantalla del smartphone 10 horas al día, los 365 días del año. Era un compañero, un informador, una fuente de entretenimiento y hasta una niñera electrónica. Lo llevamos de viaje, se transportó en los bolsillos, las carteras, los pantalones. Construimos un vínculo emocional que duró cerca de dos años. ¿Es este el motivo por el que nos cuesta deshacernos de la tecnología?
“Sin duda puede haber vínculos afectivos con los dispositivos. A veces no es solo con el aparato como tal, sino con lo que produjo, almacenó o permitió ver. Es también un tema de valor, no económico sino simbólico”, sostiene Chávez. Sin embargo, también subraya que muchas veces estos dispositivos solo se guardan porque los usuarios no tienen muy claro qué hacer con ellos o si conservan algún tipo de valor.
La obsolescencia programada es la vida útil que una fábrica o empresa le da a un producto. Una vez que este periodo termina, este se vuelve obsoleto. Esto se creó para que el consumidor se vea obligado a adquirir un producto nuevo similar o de la última generación. La mayoría de los productos están “programados para morir”. Muchas veces, cuando estos dispositivos dejan de servir, es más económico adquirir uno nuevo que reparar el que ya tenemos.
En ese sentido Ricardo Canese, legislador del Parlasur por el Frente Guasu y especialista del sector eléctrico, explica que los dispositivos cada vez están programados para que su vida útil sea más corta. “Vivimos en una sociedad de consumo, de matriz capitalista a nivel planetario. Los automóviles, anteriormente, tenían chapas y motores con una vida útil mucho mayor. En el caso de los aparatos electrónicos es todavía más grave, porque toda la tecnología en materia de comunicación e informática avanza tan rápido que algo que se usaba hace algunos años, ya se vuelve poco práctico”, manifiesta.
Los dispositivos van quedando en desuso porque se vuelven poco prácticos para las nuevas necesidades. La aparición de videos, fotografías y, más tarde, internet, hizo que se complejicen, y con eso requirieron una ampliación de las capacidades de memoria y almacenamiento. Entonces, las personas se ven obligadas a desechar sus equipos informáticos porque son poco útiles ante el avance de las nuevas tecnologías.
“La obsolescencia programada es una picardía del sector empresarial que sabe perfectamente, desde el momento en que lanza el producto electrónico al mercado, cuánto tiempo puede durar. Nosotros calculamos entre dos y tres años el punto de obsolescencia, porque la gente casi siempre a los tres años ya cambia, porque se queda corto con el programa, hay demasiadas otras aplicaciones que no le entran o se descompone por el uso. En tres años la obsolescencia programada te dice que tenés que cambiar el aparato”, refiere Abbate.
Responsabilidad extendida del productor
El consumo creciente de los dispositivos tiene como consecuencia el incremento de la e-waste, con el agravante de que, cuando el problema de los residuos se hace evidente, ya existen enormes cantidades almacenadas en las instituciones públicas, empresas y hasta familias del país. Y no hay dónde ubicarlos. El material de la GEAM y la UCA indica que en casi todo el territorio nacional se observan residuos electrónicos, en los basureros, en los rellenos sanitarios y en los vertederos a cielo abierto.
“La responsabilidad extendida del productor es la base de la economía circular. Si el productor se responsabiliza del residuo, ya cuando te vende el producto sabe que ese aparato va a regresar a él de alguna manera. Él tiene que generar la logística inversa o reversa para que, una vez que salga de operación, le devuelva a él o vaya a un remanufacturador que genere algo similar con garantía de la misma empresa, que lo ubique en el mercado”, enfatiza Lima.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un organismo de cooperación internacional compuesto por 36 estados, define la responsabilidad extendida del productor o “economía circular” como un enfoque de política ambiental que responsabiliza al fabricante por el aparato hasta el fin de su vida útil. Esto significa que los productores deben pensar en el daño al medioambiente desde el diseño del dispositivo.
El actual modelo de producción y gestión de bienes y servicios, que busca potenciar un consumo a corto plazo, está llevando a un daño irremediable a la naturaleza. En este contexto, la economía circular se presenta como un sistema de aprovechamiento de recursos donde prima la reducción de los elementos: se minimiza la producción a lo indispensable y, cuando sea necesario hacer uso del producto, se apuesta por la reutilización de los elementos. De esta manera, no terminan en el medioambiente.
En ocasiones, la economía circular utiliza gran parte de materiales biodegradables en la fabricación de bienes de consumo, para que vuelvan a la naturaleza sin causar daños al agotar su vida útil. En los casos que no es posible utilizar materiales ecofriendly (amigables con el ambiente), el objetivo es darles una nueva vida reincorporándolos al ciclo de producción y componer otra pieza. Cuando esto no es posible, se busca reciclarlo de una manera respetuosa con el entorno.
“La producción de basura electrónica tiene que ver directamente con la forma en la que está diseñada la tecnología y esto, a su vez, con las lógicas del mercado, pero siempre hay una margen, para darle la vuelta. Ahí es donde tienen capacidad de agencia las iniciativas colectivas e individuales. Por ello, todos los actores son importantes, aunque tienen distintas posibilidades de intervención”, expone Chávez.
Implicancias para la salud y el medioambiente
Parte de nuestros celulares, computadoras o electrodomésticos contienen sustancias altamente tóxicas como el cadmio, el cromo, el plomo, el níquel y el mercurio. Estas, en grandes proporciones, suponen un grave peligro a la salud de los organismos vivos y al ambiente. Sobre todo, cuando acaban mezclados con el resto de la basura.
Según la revista National Geographic, el mercurio, especialmente, produce daños al cerebro y el sistema nervioso; el plomo potencia el deterioro intelectual porque tiene efectos perjudiciales en el cerebro y el sistema circulatorio; el cadmio, por su parte, puede producir alteraciones en la reproducción e incluso provocar infertilidad, y el cromo está altamente relacionado con afecciones en los huesos y riñones.
La organización revela que un solo tubo de luz fluorescente puede contaminar 16.000 litros de agua. Jorge Abbate hizo hincapié en el descarte de estos y otras lámparas luminiscentes, que se tiran en los vertederos o delante de las casas. La lluvia se lleva los pedazos de tubos rotos y pueden acabar en el río Paraguay.
En Latinoamérica existe una alternativa al descarte: los talleres populares. “La mayoría de las propuestas para nuevas economías contemplan de una u otra forma a la reparación como un elemento importante. Sin embargo, en el día a día, los reparadores populares tienen poco margen de acción, principalmente porque los costos, muchas veces, son poco rentables. Los talleres populares trabajan en los vacíos de los servicios oficiales y en ese sentido representan una forma de contrapoder a las lógicas comerciales”, sostiene el antropólogo mexicano.
En la misma línea, Abbate considera que no cualquiera puede comprar una computadora de USD 800 o 700. “Muchísimos talleres son informales. Acá se da importancia a la segunda vida de un producto o de los elementos electrónicos. Muchas veces, la gente se deshace de la computadora cuando todavía tiene algunas partes que pueden ser reutilizadas”, opina.
“Lo que hay que integrar desde la legislación debe ser preparado con el apoyo de expertos en el tema, es una norma de cómo tratar estos residuos de manera que los elementos peligrosos a la salud y al medioambiente tengan el debido tratamiento en el proceso de desarmado y el eventual procesamiento industrial, que ya se realiza en otros países, para algunos componentes”, recuerda Canese y refuerza: “Bien manejado, el aparato eléctrico o electrónico es una materia prima valiosa; mal manejado es una fuente de contaminación peligrosa”.