De estas tres patas, la ciencia es preeminente, porque de la investigación y de los descubrimientos científicos provienen prácticamente todas las extraordinarias abundancias evoluciones y comodidades que nos rodean hoy. Mientras en siglos pasados la riqueza de los pueblos estaba condicionada básicamente a la posesión de recursos naturales, hoy son las sociedades con alta producción científica y tecnológica las que tienen los mayores indicadores de prosperidad y desarrollo social.
Aunque nuestra producción científica ha aumentado en los últimos años con la implementación de los proyectos del Conacyt, y el creciente impacto de los beneficiarios de las becas Carlos Antonio López, seguimos estando penosamente detrás de los demás países de nuestra región. Conforme las estadísticas de la organización Scimago, el número de artículos científicos publicados en el 2018 originados en nuestro país fue de 261, comparado con los 1.745 de Uruguay y 4.376 de Ecuador, sin hablar de los 14.678 de Chile, los 14.737 de Argentina o los 81.742 de Brasil.
Nuestra reconocida productividad agropecuaria está basada en descubrimientos y tecnologías desarrolladas en otros países. Las variedades de pasturas desarrolladas hace unas décadas por investigadoras australianos nos han permitido convertir el Chaco semiárido en un extraordinario polo de producción de carne que nos ubica entre los primeros exportadores del mundo. Sofisticados procesos de modificación genética de la soja y de siembra directa desarrollados por científicos de los EEUU, Alemania y otros países nos permiten hoy producir granos con altos rindes, costos envidiables y con menor impacto en el medio ambiente.
Pero esta dependencia de científicos de otros países nos deja necesariamente a la zaga en el aprovechamiento de los avances de la ciencia, y no nos permite lograr la óptima adaptación de nuestros procesos productivos a las particulares condiciones de nuestro entorno. Desarrollar un mayor caudal de conocimientos propios es de importancia trascendental para mantener nuestra posición como productores de alimentos en un mundo cada vez más competitivo.
De la misma manera, las investigaciones en áreas de la ciencia como biología, medicina, química, las ciencias sociales, medio ambiente y tantas otras son esenciales para la formulación de políticas públicas más apropiadas, oportunas y eficaces.
¿Cómo hemos de mejorar nuestro nivel científico? Los conocimientos científicos son producto de la inherente curiosidad humana, entonces la tarea se inicia en la infancia. Es importante que la educación de los primeros años escolares no extinga esa curiosidad con una pesada pedagogía rutinaria y memorística, sino que la promueva y estimule la creatividad. En la educación media, la ciencia debe ser alentada con oportunidades de investigación y tareas de laboratorio.
Y lo más urgente es fortalecer la investigación universitaria. En todo el mundo las universidades son el albergue natural de la generación de conocimientos científicos, pero en nuestro país la mayoría de las universidades tienen nula producción. La investigación seria, con publicaciones en revistas reconocidas, debe ser un requisito imprescindible para la continuidad de la habilitación de las universidades paraguayas.
Asimismo, la iniciativa impulsada por un grupo de prestigiosos científicos paraguayos para crear la Universidad Científica del Paraguay, una universidad de segundo piso que trabajará con todas las universidades para promover sus iniciativas de investigación y facilitar sus publicaciones, debe recibir el respaldo preferente del Estado y la comunidad educativa.