19 abr. 2024

El supremo pederasta

La mujer describe la escena en un tono neutro; se ha tomado varios tranquilizantes antes de aceptar dar la entrevista.

Rememora una quinta a orillas de un río y una piscina, donde juegan seis o siete niñas de entre 11 y 14 años. A la mayoría las trajeron en lancha desde distintos lugares, solo para esta ocasión.

Promedia la década de los 70. Ella no cumplió los 14 y fue trasladada en un auto negro y polarizado desde una casa modesta, donde convive con otras menores. Las bañaron, las perfumaron y las vistieron con unos camisones ligeros. El general presidente llegó a la siesta. Eligió a una y se metió a la casa con ella. Se fue una hora después.

El relato materializó de manera atroz lo que muchos prefieren seguir considerando una leyenda urbana; el esquema montado desde el poder para dar satisfacción a un pedófilo. Todo el aparato público financiado con los impuestos de la gente operando para hacer realidad los sueños de un enfermo devenido delincuente merced a la práctica rutinaria de la pederastia, la violación sistemática de niñas prepúberes.

La mujer tiene hoy más de 50 años. Huyó del país a España, en 1985. Se casó y tuvo hijos. Por décadas ocultó las pesadillas de su pasado.

En el 2017, invitó a sus hijos a la exhibición de un documental sobre las niñas convertidas en esclavas sexuales bajo el régimen de Stroessner. En algún momento, se escuchó la voz de una de las víctimas expiando su historia desde el anonimato y ellos reconocieron a su madre. Se tomaron fuerte de las manos y lloraron juntos.

En la entrevista la presentamos bajo el nombre ficticio de María. Ella no pretende resarcimiento económico ni reivindicación alguna, ni siquiera pretende revelar su identidad.

Solo necesitaba contar su historia, exorcizar los horrorosos fantasmas de esa infancia secuestrada, y creer que historias como la suya nunca volverán a repetirse.

El general Alfredo Stroessner, presidente por 35 años ininterrumpidos, era, entre tantas otras cosas, un pederasta.

La dictadura le otorgó poder absoluto sobre la vida de todos los paraguayos y utilizó ese poder para cebarse en sus víctimas con absoluta impunidad.

Si una de esas niñas hubiera escapado, ¿a quién habría recurrido? ¿Qué policía habría tomado su declaración? ¿Qué medio habría podido publicar su denuncia? ¿Qué fiscal se habría animado a investigar el caso? ¿Qué juez habría tenido el coraje de condenar a algún culpable? ¿Quiénes habrían salido a las calles con pancartas a reclamar un “nunca más”?

Todos sabemos la respuesta. Nadie, ninguno.

Ellas nunca tuvieron la menor chance. De eso se trata una dictadura. Vale la pena recordarlo hoy, en el aniversario de la caída del régimen.

La democracia sola no es garantía de nada, pero es oportunidad para todo. No es la democracia la que generó los problemas que enfrentamos hoy, es la forma como seguimos desaprovechando las oportunidades que la democracia nos otorga.

No lo olvidemos.

Nosotros tenemos todas las chances, ellas nunca tuvieron una.

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