No todos, obviamente. Hay honrosas excepciones, como en todo.
Pero, lo que me preocupa es precisamente ese “silencio” que surge en torno a temas como este, no solo a nivel de los medios de comunicación en general, sino de las propias autoridades sanitarias (dependen de una institución pública tanto para su aprobación y funcionamiento como para su finiquito como tales), de los asegurados y de las sociedades médicas en general.
El abuso que cometen —no todos, claro está— es tremendo, y en muchos casos llegan al punto de la estafa, ni más ni menos.
Así de claro, así de simple, así de nefasto.
Lo peor es que quienes perdemos, al final, somos siempre los usuarios, los prestatarios del seguro y no los prestadores de los servicios.
Y no se trata solo de una mala elección a la hora de buscar “asegurarse” uno. Ni siquiera de no haber leído “la letra chiquita” del contrato en cuestión (que es donde suele estar la trampita esa que uno descubre solo cuando le dicen que precisamente esa cobertura no prestan).
La cosa aquí parece más profunda, casi estructural (es evidente que el sistema lo tolera todo), por eso insisto en la necesidad de no seguir pareciéndonos o actuando como los borregos de Hannibal.
Es que algo semejante ya ocurrió unos diez años atrás, cuando de pronto la Golden Cross quebró.
Ahora la historia se repite con Medicina Empresarial Paraguaya (MEP), y no vi ni leí una sola línea al respecto, no digo solo por parte de los usuarios, sino de las autoridades sanitarias y de las sociedades médicas del Paraguay, que, como tengo entendido, fueron las primeras en enterarse —y en el caso de las sociedades médicas, en retirarse del seguro de referencia.
Espero que las víctimas de este nuevo fraude no hayan sido muchas.
Pero, como sociedad, tenemos la obligación de ser más críticos y exigir cuando menos un mínimo de respeto. Quizás sea hora de que, como usuarios, vayamos reclamando una legislación al respecto.
Que tenga una buena jornada.