14 may. 2024

El primer encuentro de Garnero

Blas Brítez

La casa materna de Daniel Garnero (1969) quedaba a dos cuadras de la cancha de Independiente, que es como decir casi a la misma distancia de la de Racing. Aquel flaquito que perdía dos kilos jugando al fútbol los fines de semana quebrantó siempre a su madre por ser esmirriado, casi famélico. A menudo, los lunes faltaba al colegio, molido por los partidos. Porque no siempre jugaba uno solo. Es socio del club desde que recuerda. Aunque de pibe, extrañamente, era hincha de Boca. Aun hoy siempre quiere que gane Boca, lo que quiere decir que sigue alentando al Xeneize. Y si el partido es contra Independiente, desea que triunfe “el que juegue mejor”.

Mejor jugaron Garnero y Sebastián Rambert –hoy técnico y asistente de Olimpia, respectivamente– en las finales de la Supercopa 1994, contra el equipo de César Luis Menotti y Roberto Acuña: Boca. Tanto este como aquel serían subcampeones de la liga argentina con el Rojo –y Garnero– en 1996. Tal vez fueron sus mejores años como futbolista.

Está claro que, si el Dani iba a ser profesional, lo sería en Independiente. No en Racing, al que iba a ver en El Cilindro y al que nunca le hizo un gol en Primera. Lo que Garnero amaba y ama es el fútbol, pero no había imaginado que sería uno de los ídolos del club de Arsenio Erico e Idalino Monges. O de Rogelio Delgado, su compañero cuando debutó a principios de 1991.

Entonces en la espalda todavía no tenía el número cargado de historia que unos meses después heredaría. Una camiseta que había sido poseída por un único futbolista (único) durante dos décadas: La 10 de Ricardo Bochini. Jugar en el puesto del El Bocha significaba, en el Independiente que era la casa inveterada de aquella leyenda, estrenarse tarde. Estaba a días de cumplir 22 años cuando Garnero lo hizo. Aspirantes a herederos no faltaban. El mismo Gustavo López, con quien diseñaría paredes, cuatro años menor, estaba en aquel plantel en que jugó sus primeros partidos el hijo de un obrero fabril y de una ama de casa.

En ese 1991 de su aparición, Garnero ya portaba la 10 cuando se cruzó con Olimpia por primera vez en su vida. Fue en un ida y vuelta, por los cuartos de final de la desaparecida Supercopa, de la que el club paraguayo era vigente campeón. El 16 de octubre, en el viejo estadio de Raúl Emilio Bernao y Ricardo Elbio Pavoni, el Rojo arrancó con un penal a su favor. Sin Bochini en la cancha, fue Garnero el encargado de patearlo. Acababa de retirarse entonces Éver Hugo Almeida, por lo que el arco paraguayo estaba defendido por uno de los varios arqueros que crecieron a la sombra de aquel: Jorge Battaglia. Garnero ejecutó el tiro a media altura, un poco a la derecha (francamente un mal tiro), y el arquero olimpista desvió la pelota a un costado.

Más tarde, Hernán Desio (con quien Garnero también trabajó en la dirección técnica) marcó el 1 a 0 para el local, pero Adolfo Jara Heyn empató el partido. La semana siguiente, en Asunción, dos goles de Miguel Sanabria volcaron la eliminatoria a favor del Olimpia –cuándo no– de Luis Cubilla.

Pocos recuerdan que el primer encuentro de Garnero con Olimpia fue en la eliminación.

El Dani se retiró del fútbol a los 32 años, lo que quiere decir que solo jugó este deporte durante una década. A pesar de haber hecho enseguida el curso de dirección técnica, no estaba nada seguro de querer y poder asumir ese rol. El personaje clave en su decisión fue otro héroe histórico de Independiente: Jorge Burruchaga. En una cena familiar con sus respectivas esposas e hijos, retuvo un rato a Garnero, lo invitó a champán y le insistió en que probara. Le asustaba que no sucediera lo que hoy le sucede: Que fuera capaz de transmitir una idea de juego.

“Me llevó tiempo masticar todo eso, prepararlo, y hoy, en Olimpia, realmente disfruto de ver un equipo que juega a lo que yo quiero”, le contó al periodista argentino Diego Borinsky, en setiembre pasado, antes de ganar el tetracampeonato con el equipo de Asunción.

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