“La prensa es la caja de resonancia de la sociedad”, nos repetía con frecuencia un profesor universitario. Una verdad que podría decirse “a medias”. Pues, si bien los medios de comunicación exponen el latir, sentir y malestar de la gente, también está claro que tienen en sus manos la posibilidad de hacer resonar un aspecto más que otro, de enfocarse con insistencia en la oscuridad o la luz, según la conveniencia. ¿Cómo cumplir con la misión informativa en una sociedad marcada por los intereses de las empresas y sus periodistas? La respuesta no es sencilla, pero sí desafiante, aunque implica una buena dosis de autocrítica.
Se trata de un debate de larga data, y en el análisis intervienen variables diversas; desde la concepción de la función del periodismo hasta la consideración del contexto que inevitablemente interviene en la labor del profesional; inmediatez, presión, censura etc, así como su formación, prejuicios e ideología.
Y Paraguay no escapa de esta situación. En muchos ambientes es frecuente escuchar que cada medio de comunicación muestra un país distinto; como si la verdad objetiva no existiera, o, peor aún, como si “no importara tanto” a la hora de definir enfoques y titulares. Pareciera que la prensa paraguaya está más determinada por protegerse de etiquetas vigentes; cartista o anticartista, colorado o luguista; que por exponer la realidad así como se presenta, sin forzar nada, olvidando que es un derecho del público.
Urge un periodismo que no tenga miedo al “sabor amargo” que muchas veces posee la verdad de los hechos, cuando estos no coinciden con los intereses del patrón. Una prensa que no tema llegar hasta el fondo, aunque ello implique una autocrítica o el retractarse de una postura, o ir en contra de lo políticamente correcto, sí aunque con ello se gane el título de conservador; un periodismo libre.
El periodista y político francés Ervé Edwy Plenel indica que garantizar el derecho de saber del público “es crear las condiciones de un periodismo que logra encontrar, tratar y asumir informaciones que trastornan sus propias fidelidades, convicciones y prejuicios”, lo que llega a ser un beneficio para todos.
“Este es el trabajo difícil y necesario al mismo tiempo de un periodista: llegar lo más cerca posible a la verdad de los hechos y no decir o escribir algo que, en conciencia, sabe que no es cierto. El drama de la desinformación es el desacreditar al otro, el presentarlo como enemigo, hasta llegar a la demonización que favorece los conflictos”, decía el Papa Francisco en la Jornada Mundial de las comunicaciones.
El destacado maestro del periodismo y la ética, Javier Restrepo, considera que en la medida que los periodistas ejerzan su labor únicamente para provecho de una persona, partido, gobierno o empresa, dicho ejercicio se degrada, y añade: “cuando uno entiende que su trabajo es para el bien de una sociedad, su oficio lo dignifica”, pues “el periodismo –finalmente– no es un poder sino un servicio”. Algo que parece imposible; no obstante, un desafío válido para aspirar a una prensa paraguaya cuyo prestigio se sustente en un trabajo serio y honesto a la hora de profundizar los hechos; capaz de denunciar la corrupción, generar esperanza y reconocer la verdad, aunque ella provenga de su peor enemigo.