El peligro del populismo

Aunque parece lejana en la distancia, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos trae aparejadas lecciones políticas de alcance mundial, y, por sobre todo, ilustra un fenómeno que se viene observando ya desde hace tiempo, pero que las élites políticas e intelectuales se rehúsan a reconocer. Se trata del hecho de que los ciudadanos, cada vez más, buscan a outsiders o personas ajenas a la clase política y a los partidos tradicionales, como muestra de desconfianza creciente hacia estos.

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En Paraguay, esta es una situación que se da al menos desde Stroessner, quien, cuando llegó al poder a través de un golpe de Estado, lo hizo como expresión del hartazgo de la ciudadanía y de las Fuerzas Armadas ante la politiquería estrecha que en los años anteriores había protagonizado sucesivos golpes de Estado de civiles, todos dentro del mismo Partido Colorado, pero a la vez habían generado divisiones entre los jefes militares.

Su perpetuación en el poder fue seguramente producto de su propia desconfianza hacia los políticos civiles, pero el resultado fue una dictadura cruel y rigurosa. Sus sucesores democráticos, desde el general que lo derrocó hasta los civiles que lo sucedieron, fueron también forasteros a la política partidaria, desde el empresario Wasmosy, al igual que su sucesor por breve tiempo Raúl Cubas; González Macchi que llegó al poder por azar, no así Duarte Frutos, que del periodismo hizo un rápido ascenso basado en la astucia y el oportunismo; Lugo fue otro advenedizo, llegado de las filas eclesiales, y lo de Cartes es de sobra conocido.

Si hablamos de Trump, diversos medios lo califican despectivamente como ejemplo de la “antipolítica”, pero si nos fijamos en cuál es la política a la que se contrapone, observamos que es precisamente la de la corrupción, el amiguismo, la invasión del Estado en la esfera de lo privado, el belicismo y una decadencia económica llamativa de su país, cuyo rol de mayor potencia mundial aparece hoy amenazado desde China y Rusia, sus rivales de la Guerra Fría.

Lo que está en juego en el mundo va más allá de la política, propiamente dicha —es decir, los programas y propósitos de los gobiernos—, para extenderse al sistema mismo. Nos referimos a la democracia, es decir, a la forma como se asigna el poder y cómo se gestiona el mismo. Utilizando un concepto de la Física, el de la entropía —entendida como una medida del desorden en el universo—, podríamos decir que hay una entropía de la democracia, que tiende al caos, sin que las sucesivas intervenciones o regímenes políticos logren contenerlas porque las recetas solo repiten los errores y significan más de lo mismo.

En este contexto, una Constituyente que someta a debate las bases fundamentales de la República puede ser una herramienta idónea para revertir este rumbo y consolidar la democracia. Hasta el presente no se ve en el horizonte propuestas innovadoras y atractivas, y las perspectivas futuras, con reelección o sin ella, solo apuntan a reciclar a las mismas figuras o a proponer nuevas figuras, pero con ideas gastadas que no dieron resultado en el pasado. La experiencia propia y ajena muestra que este escenario es caldo de cultivo para mesianismos populistas que solo nos hundirían más en el barro.

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