30 jul. 2025

El negocio del placer

Los moteles forman un mundo aparte, que tiene como máxima la privacidad y el confort de todo tipo de clientes. Cómo funciona un mercado que gira en torno al entretenimiento los 365 días del año.

moteles

Las habitaciones se muestran agradables a la vista, sin embargo, la realidad es que la mala higiene está oculta. Foto: Archivo.

Fernando Franceschelli

Hablar sobre moteles es definitivamente un tema tabú. Curiosamente, casi en todos los casos las personas comienzan a explicar cómo es que conocen el lugar sin que se les haya preguntado. Las razones comunes son: porque pasó casualmente por enfrente o alguien le contó sobre la existencia de ese lugar. Pero difícilmente alguien admite que sí fue a uno. La reacción es porque simplemente la palabra motel se asocia directamente con sexo. Sin embargo, no siempre fue así.

A principios del siglo XX, cuando se popularizó el uso de automóviles, y por ende los viajes largos, la necesidad de hacer paradas para descansar hizo que surgieran los moteles. Se cree que el primero fue construido en 1925 y su nombre fue Motel Inn, en California, Estados Unidos. El término “motel” viene de la contracción de las palabras motor y hotel.

Con el tiempo, las parejas fueron adueñándose de los establecimientos, los cuales se adaptaron a los caprichos de sus usuarios. Una cama, un baño y cuatro paredes ya no eran suficientes. Los cuartos se equipan hoy con televisores de última generación, Wi-Fi, caños para el pole dance, espejos por doquier, sillas eróticas, hidromasajes, equipos de karaoke, bolas de disco y luces especiales. Vida se sumerge en el mundo oculto de los moteles de Gran Asunción y habla con dos personas que trabajan en el negocio del amor, quienes deben mantenerse en el anonimato por normas laborales.

La clave es el sigilo

“El cliente no tiene que saber quién lo atendió, ni el funcionario debe saber quién es el cliente. Esa es una regla de oro para la mayoría de los moteles. Las parejas buscan privacidad. Entrar y salir desapercibidas. Claro que algunas no tienen problemas en ser vistas, pero cuando vienen de forma clandestina, sí", afirma Carlos, funcionario de un motel.

Sucede que la sociedad en que vivimos es muy pequeña, y en ocasiones quienes acuden a estos lugares de paso no lo hacen con sus parejas oficiales, o simplemente no quieren ser identificados. Las personas que tienen algún tipo de contacto telefónico con los clientes –asegura otro trabajador– a menudo usan seudónimos para proteger su identidad y la de los huéspedes.

¿La razón? Al manejar la mayoría de los pagos con crédito o débito, muchas personas llaman preguntando si la tarjeta fue utilizada en el lugar, cuándo y cuántas veces. Claro, esto se aplica a quienes fueron demasiado indiscretos en su infidelidad.

“Algunos cuentan que encontraron tal tarjeta en el bolsillo del cónyuge y quieren saber si se utilizó o no. Son preguntas clásicas. Pero no damos ningún tipo de información; ni un solo dato se puede filtrar, porque o si no, nuestros clientes quedarían mal parados. Ante la negativa, raramente demandan la información bajo la amenaza de una orden judicial, porque dicen ser abogados, pero hasta ahora nadie presentó ninguna. Pero aun así, no pienso que se les pueda revelar nada”, cuenta Alejandro, trabajador de otro motel.

Está el otro grupo de usuarios, que ni siquiera quiere que se les vea la cara. Por eso, antes de acudir, preguntan si en el lugar hay cámaras de seguridad. Quienes suelen tomarse esa molestia son personas del servicio diplomático, puesto que le temen a la prensa. No en vano cuando se acude a un motel el pago se hace a través de una ventanilla giratoria.

Movimiento continuo

La mayoría de los moteles abren los 365 días del año, las 24 horas del día. Algunos cierran sus puertas el Viernes Santo. La temporada alta empieza en noviembre, diciembre y febrero, el mes del amor. Además, “en Año Nuevo, después de las 12.00, el lugar se vuelve una procesión de automóviles. Dan vueltas alrededor de las habitaciones esperando que alguna se libere. En promedio, las parejas se quedan dos horas. Al salir, un equipo de limpieza integrado por unas cinco personas tiene cinco minutos para dejar la habitación en perfectas condiciones nuevamente, para que entren los siguientes usuarios”, revela Alejandro.

En promedio, la gran mayoría de los moteles tienen 30 habitaciones, que se dividen entre tres y cuatro categorías. Y en cualquier época del año, lo que nunca falta es gente, ya sea de mañana, tarde o especialmente a la noche. Algunos más avivados utilizan el horario de almuerzo para darse una escapada romántica.

“A la siesta, la mitad de nuestras habitaciones están ocupadas. Mucha gente viene a almorzar... –¿y algo más?–. Esto no se trata solamente de sexo, hay parejas de años que vienen a pasar un tiempo juntos y ni siquiera tocan la cama, solo comen algo y se van. Otros vienen a descansar después de un viaje largo. Son comportamientos que estudiamos de acuerdo a la demanda”, señala Alejandro.

En los días lluviosos, los moteles se convierten en imanes para los amantes, aseguran, mientras que en invierno, cuando el frío es muy intenso, la concurrencia merma notablemente. Como cualquier comercio, estos alojamientos también sufren de bajas temporadas, pero aun así no dejan de ser un negocio sumamente rentable. El precio promedio de las habitaciones básicas es de G. 75.750 por una hora y media, mientras que las intermedias pueden costar entre G. 125.000 y G. 200.000 la hora y media, y un motel acostumbra tener 30 cuartos. En un solo día ya puede imaginar las ganancias.

Caprichos en pareja

El mobiliario y los servicios ofrecidos por la mayoría de los moteles lógicamente se adecuan a la demanda de los clientes. De ahí nacen las habitaciones temáticas o el uso de luces de neón. Siempre lo básico en casi todas las habitaciones de los moteles son los espejos sobre la cama. La gente pregunta bastante si las instalaciones disponen de ellos. Incluso hay cuartos con espejos extras para quienes deseen verse desde todos los ángulos mientras están en acción. La variación en la iluminación también es clave para crear un ambiente ideal entre los amantes.

Además, los clientes buscan calidad y variedad gourmet. De ahí la oferta de platos como strogonoff o lomito a la pimienta. Igualmente, ofrecen picadas y bebidas nacionales e internacionales. Muchos tienen otros tipos de apetito, en lo que respecta a los juguetes sexuales. “Ofrecemos una amplia gama de estos artículos, los clientes tienen a su disposición catálogos para elegir objetos de su preferencia”, subraya Alejandro.

Algunos moteles incluso ofrecen el servicio de buscar al cliente de su casa y llevarlo hasta el lugar, servicio de spa y karaoke, asegura el trabajador, para quien los tiempos cambiaron notablemente. “Muchos ya no buscan únicamente un encuentro íntimo, sino otros complementos como la tecnología. Quieren escuchar buena música, ver videos e interactuar cantando. Además, cuando los concursos de pole dance se pusieron de moda, la gente comenzó a preguntar si las instalaciones contaban con un caño”, sostiene Carlos.

Cuando se lleva años trabajando en un motel, lo que para la sociedad resulta un tabú para los funcionarios se vuelve corriente, como por ejemplo los tríos o el intercambio de parejas. También son de lo más corriente las despedidas de soltera con strippers. Para estos fines, varios moteles ofrecen habitaciones más amplias, que cuentan con piscina con solárium, sauna, sala de estar, comedor, barra de tragos, pista de baile, karaoke y dos suites. Estar en uno de estos espacios cuesta en promedio G. 410.000 por dos horas.

Ante semejante cantidad de competidores, es una necesidad mantenerse al tanto de las tendencias y trabajar de manera conjunta con arquitectos y decoradores. Además, es imprescindible mantener tarifas razonables debido a la cantidad de oferta. Una manera de crear clientes fieles es a través de tarjetas que ofrecen descuentos exclusivos.

Sin dudas, cada habitación de un motel tiene su propia historia y constituye un mundo de fantasía para los amantes. Un escenario ideal por el cual trabajan un puñado de personas las 24 horas.

Texto: Natalia Ferreira Barbosa

Fotos: Fernando Franceschelli.