18 abr. 2024

El hijo del artesano

Hoy meditamos el Evangelio según san Lucas 4,21-30.

“Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”: Todos en la sinagoga de Nazaret quedan asombrados ante el escueto comentario que hace Jesús al texto de Isaías. Que cada uno de nosotros nos quedemos asombrados por la maravillosa realidad de tener a Dios en el Sagrario.

Todos en la sinagoga de Nazaret quedan asombrados ante el escueto comentario que hace Jesús al texto de Isaías que acaba de leer: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.

Habla con una autoridad que sorprende, y que parece presuntuosa a sus conciudadanos, refiriendo las palabras del profeta a sí mismo y a su misión.

Es comprensible que se asusten, e incluso se escandalicen, cuando aquel al que conocen desde niño se pone a sí mismo como punto de referencia para la interpretación de la Sagrada Escritura. Pero “¿no es este el hijo de José?”, comentan entre sí, ¿no es el hijo de un pobre carpintero de aquí mismo, el muchacho que trabaja en el taller de su padre?

Jesús es un hombre normal, un buen trabajador manual, de una sencilla aldea. Es uno más del pueblo. Pero lo que se rumorea de sus acciones en Cafarnaún y lo que está diciendo ahora lo sitúan en el ámbito de Dios.

Su origen es notorio, de una parte, y desconocido de otra. ¿Quién es realmente Jesús? Esa es la gran pregunta a la que responden los Evangelios: Jesús el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para redimirnos de nuestros pecados y para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar[1].

Jesús es perfectus Deus, perfectus homo, perfecto Dios y hombre perfecto, y el primer ejemplo que nos da, durante la mayor parte de los años de su vida, es el de un buen profesional. ¿Cómo no sentir la atracción de esa vida de Jesús tan cercana a la nuestra?

“Toda la vida del Señor me enamora –comenta San Josemaría–. Tengo, además una debilidad particular por sus treinta años de existencia oculta en Belén, en Egipto y en Nazaret. Ese tiempo –largo–, del que apenas se habla en el Evangelio, aparece desprovisto de significado propio a los ojos de quien lo considera con superficialidad. Y, sin embargo, siempre he sostenido que ese silencio sobre la biografía del Maestro es bien elocuente, y encierra lecciones de maravilla para los cristianos”.

“Fueron años intensos de trabajo y de oración, en los que Jesucristo llevó una vida corriente –como la nuestra, si queremos–, divina y humana a la vez; en aquel sencillo e ignorado taller de artesano, como después ante la muchedumbre todo lo cumplió a la perfección”[2].

Jesús actúa con una naturalidad y sinceridad transparentes, como quien es, sin buscar ser admirado y sin miedo a ser mal entendido. Ante el asomo de crítica que percibe en la actitud de sus conciudadanos no realiza el prodigio que satisfaga su curiosidad malsana y le atraiga la admiración de todos, ni modera su discurso quitando fuerza a la verdad.

Por eso sus palabras son provocativas: “ningún profeta es bien recibido en su tierra”, y los ejemplos que aduce, también lo son: menciona dos milagros citados en los libros sagrados, uno de Elías y otro de Eliseo, en los que los beneficiarios no eran israelitas sino extranjeros.

La reacción de quienes lo escuchaban en la sinagoga no se hizo esperar: “se llenaron de ira y se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle”.

¿Es Jesús un provocador? Nada más lejos de la realidad. Es un hombre sereno, que se retira con calma entre gentes que están enfurecidas. Es alguien plenamente coherente.

No se ajusta a lo que los otros desean ver o escuchar, sino que, desde el principio, se comporta del modo que luego proclamará solemnemente ante Pilato: “para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37).

Trabajo bien hecho, verdad, y coherencia de vida, así se manifiesta la personalidad de Jesús.

(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-es/gospel/2022-01-30/).

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