Por Esteban Acevedo Flor
Era el rubro predilecto, la niña bonita de la casa y un tesoro latente en época de crisis.
Los que no querían dejar el terruño para perderse en el horizonte del plata, detrás de los rebusques, tenían la solución a su alcance. Aunque no por mucho tiempo, porque a todos les llegaba el verano.
Don Yamil hacía que los frutos de la tierra tuvieran un destino ideal, la paga justa y el sabor dulce del negocio, reverdecido con el paso de los días. No pasaba una sola jornada sin que la casa de aquel buen hombre se llenara de limones. El otoño encarnaceno derramaba lágrimas de rocío sobre la tierra colorada.
En el entorno, limones de verde exuberante ondeaban latentes a la espera de la caza.
Don Yamil, ajeno a la cuestión, no esperaba que apuntara el sol para hacer tronar los rugidos de sus máquinas. En pocas horas, el lugar redundará de clientes ávidos por consumar el sueño de la cama propia. Ellos no tenían más opciones que el catre de madera con parrilla elástica confeccionada en brillante alambre liso.
Detrás asomaba una legión de interesados en el negocio de Don Yamil, pero no precisamente para comprar camas con colchones sino para hacer su agosto colocando sus limones a cotización de diciembre.
Don Yamil no podía negarse. Decía que había que motivar a los que ganan el pan con el sudor de la frente, como lo manda Dios. Decía que lo que se daba a los pobres regresaba con intereses celestiales en los bolsillos de su incontable clientela.
Una acostumbrada prelación que se ha alargado por los años, y que solo se interrumpía por la fuerza cíclica del tiempo, aquel que coloca cada cosa en su lugar y en su debido momento.
Así, mientras la sureña Encarnación tiritaba en invierno, soleadas esperanzas abrigaban legiones de vendedores, que aprestaban su oficio para caer después en el lugar justo, en la casa de Don Yamil Bittar. El mismo lugar donde cada año se levantaba el telón de los limoneros.
Una extraña y cíclica relación donde el negocio se convertía en función.
Donde lo agrio se transformaba en dulce.
Y donde un turco no hacía honor a su fama.