28 mar. 2024

El elefante en la habitación

Antonio Espinoza, socio del Club de Ejecutivos.

En las últimas semanas hemos sido testigos de una avalancha de valiosas iniciativas provenientes de diversos sectores para mejorar casi todos los aspectos del funcionamiento de nuestra sociedad, tanto en lo económico como en lo administrativo. Tenemos a la vista estupendas propuestas para mejorar la educación pública, reducir los gastos superfluos del Estado, reformar el sistema de salud, modernizar la legislación laboral, readecuar el enmarañado sistema de ministerios y secretarías, agilizar y optimizar los vulnerables procedimientos de compras del Estado. La lista es larga, y sigue.

Sin embargo, calificados analistas y observadores de la cosa pública nos aconsejan evitar un exceso de optimismo de que todos estos proyectos puedan implementarse en el corto plazo. Cada uno afecta arraigados intereses creados de grupos que se benefician con el modelo actual y se resistirán tenazmente a cualquier cambio.

La mayoría de estos grupos tiene a su vez una relación simbiótica con elementos políticos. Apoyan campañas y financian a candidatos a cambio de protección de sus enquistados privilegios. En estos contubernios, como cantaba Louis Armstrong, el tango se baila de a dos. Con este panorama, el pronóstico es que la mayoría de estas iniciativas que requieren legislación especial, serán relegadas, neutralizadas o debilitadas antes de llegar a sancionarse.

Días pasados, en estas páginas, Alberto Acosta Garbarino escribió: “Estas reformas tienen que pasar indefectiblemente por las manos de nuestra actual clase política, que, con algunas honrosas excepciones, es la más baja intelectual y moralmente de todo nuestro periodo democrático”.

¿Cómo hemos llegado a este calamitoso trance? ¿Será que nuestra clase política es la imagen y semejanza del pueblo que lo votó? Esta explicación no es creíble: La gran mayoría de los ciudadanos son personas decentes que ven con espanto las iniquidades cometidas por sus representantes y autoridades.

El elefante en la habitación es una metáfora que se refiere a la existencia de un tema difícil de gran magnitud, que todos conocen pero que nadie quiere ver ni tocar para evitar enfrentarse con el enorme problema que implica. En nuestro caso, el elefante no son los malos políticos, ni los funcionarios corruptos, ni los empresarios estafadores. De estos, todos hablan, con nombre, apellido y frondoso anecdotario.

El elefante es, más bien, un sistema electoral viciado que permite que la voluntad popular se distorsione a tal punto que buenos ciudadanos terminan siendo representados por políticos ineptos y venales. Estos, en muchos casos, deben su escaño a algún “financista” de campaña, o un cacique partidario que les puso en su lista, y a quienes deben lealtad, favores y dinero. Esto último debe ser recuperado de algún modo, y lleva al bien remunerado tráfico de influencias, a la mercantilización de la política y a la perversión de la administración pública.

Una condición necesaria, aunque no suficiente, para realizar las reformas estructurales que el país tanto requiere es un cambio profundo en el sistema electoral vigente, para lograr que cada legislador pueda ser seleccionado libremente por el electorado, no como miembro de una lista impuesta, sino como un candidato que se compromete a promover las reformas y cumplir con los deseos de su comunidad. Tarea nada fácil. Lograr este cambio implica dominar al elefante, que se opondrá a toda costa a la modificación del statu quo, tan provechoso y lucrativo.

Es cada vez más notorio el hartazgo y la frustración del pueblo con los latrocinios endémicos en el sector público. Solo una presión estridente y persistente de la ciudadanía logrará desalojar al elefante y descontaminar el ambiente colectivo nacional.

El celebrado artista urbano Banksy pintó el elefante en la habitación. Se encuentra en: bit.ly/2XYCA2f.