Era una de las reacciones que más se dieron a conocer tras la abrumadora victoria ciudadana, el domingo, en un plebiscito de quienes están de acuerdo en sepultar la Constitución heredada de la dictadura y en redactar otra totalmente nueva, a través de una convención constitucional que estará compuesta por 155 personas elegidas por votación popular solo para ese fin.
Hasta los últimos resultados conocidos en la víspera, el 78,27% de los chilenos que fueron a votar habían dado su aprobación a la nueva Constitución política, mientras el 21,73% votó por el rechazo. Igualmente, el 78,99% votó que la nueva Carta Magna sea redactada por una convención constitucional, mientras el 21,73 votó porque sea una convención mixta constitucional. Eso significa que el proceso constituyente será absolutamente ciudadano.
La elección de constituyentes se llevará a cabo el 11 de abril de 2021 y la mitad de sus integrantes serán mujeres y la otra mitad hombres. Además, está por debatirse si habrá escaños reservados para los pueblos indígenas en la convención.
Pese a que la votación se celebró en plena pandemia del nuevo coronavirus, colmada de restricciones sanitarias y protocolos para evitar posibles rebrotes, la participación superó el 50%, el mejor porcentaje desde que el voto dejó de ser obligatorio en 2012. El Servicio Electoral destacó que “el plebiscito fue la elección con más votantes de toda la historia de Chile” y que la participación fue una de las más altas con sufragio voluntario, superando incluso al histórico plebiscito de 1988 que marcó el fin de la dictadura, cuando una mayoría de la población le dijo no a la continuidad de Pinochet.
La Constitución pinochetista fue reformada muchas veces durante los últimos 30 años de democracia, quedando despojada de sus enclaves autoritarios y antidemocráticos, pero siguió siendo el sostén del modelo neoliberal chileno e impedía grandes reformas estructurales como las que claman los ciudadanos en salud, educación y pensiones, entre otras.
Esta última votación, considerada la más importante en tres décadas de democracia, se planteó como la vía institucional para poner fin a la mayor crisis social desde el retorno a la democracia, que el año pasado dejó una treintena de fallecidos y miles de heridos, además de graves señalamientos por violaciones a los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad.
La gesta cívica del pueblo chileno constituye un ejemplo admirable, que debe motivarnos para construir también aquí una mejor ciudadanía.
Vivimos en un país en donde los nexos con la dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-1989) son todavía muy fuertes, ya que a partir de la apertura democrática hemos conquistado cierto nivel de institucionalidad democrática, pero nos siguen ganando la corrupción y el prebendarismo. Aquí también debemos dejar atrás el pasado.