18 abr. 2024

El destino de las disidencias

En espera. El retorno a salas de cine será gradual y depende de varias condiciones.

En espera. El retorno a salas de cine será gradual y depende de varias condiciones.

Escribir sobre películas que viste una sola vez en alguna sala oscura con todavía perceptible aliento a siglo XX entraña un desafío y un encanto especiales, cualquiera sea la creación cinematográfica en cuestión. De esta experiencia en la butaca multitudinaria durante X cantidad de horas, la escritura inevitablemente no es más que una sucedánea apresurada, parcial y (por supuesto) ulterior. Se suele llamar crítica a este deporte de la inmediatez periodística. En nombre de ella y de la urgencia se cometieron históricamente sonoras injusticias, errores y crueldades, pero también dictámenes proféticos profundamente sensatos, definidos todos finalmente por la velocidad mediática de la hora de cierre de los diarios. Una experiencia con el tiempo la del periodismo que es, precisamente, propia de la era de las películas: ilusión y verdad al filo del acontecimiento.

Tras la reapertura de los cines en modo pandemia, fui a ver solo dos filmes: Matar un muerto, de Hugo Giménez, y Apenas el sol, de Aramí Ullón. Que aún sus temas, sus anécdotas, sus formas y sus personajes resuenen semanas después del visionado habla desde ya de la pertinencia temática de sus propuestas, de sus abordajes, de su actualidad temática. Que la primera se fije lateralmente en la figura disruptiva del preso político y que la segunda lo haga en la del cazado indígena chaqueño, escenifican un tipo de acercamiento a las disidencias históricas ante la hegemonía colonialista, autoritaria y asesina individual y colectivamente, la que imperó en la formación social paraguaya y cuyos efectos todavía sensibles estos filmes muestran, cada uno a su manera. En esta escenificación de un drama evidente o fantasmal radica la legibilidad última de estas producciones, la una ficcional, la otra documental.

De hecho, el cine documental viene experimentando esta inmersión en el museo del horror nacional con suerte dispar, pero de manera enérgica y, por ello mismo, atendible. La ficción es mucho menos buceadora de estas aguas, aunque justamente cuando lo hace suele basar sus virtudes en el tipo de historias que no hay cómo no definirlas como antropológicas, sociológicas, así sea la de la inmóvil y hermética Hamaca paraguaya o la movida y previsible 7 cajas. Las herederas de Marcelo Martinessi sería, en mi opinión, el caso más acabado de esta tendencia, el producto más inteligente y honesto.

Si en Matar un muerto vemos, conocemos las vidas rutinarias de dos hombres dedicados a enterrar cadáveres que elementos de la dictadura militar stronista dejan como “paquetes” a la orilla de un río, en Apenas el sol somos testigos del relato polifónico (a través de la figura del cronista indígena) de la violencia racista que sacó de los montes del Chaco a los ayoreo para reducirlos dentro de los límites del mismo Estado autoritario que, mientras tanto, perseguía y eliminaba disidentes.

Ambas películas, con lenguajes y estrategias bien diferentes, parten del típico destino (por sus formas de vida, por sus convicciones políticas particulares) a que fueron y son sometidas las disidencias en el Paraguay del autoritarismo y del lucro corrupto y racista del poder. En la de Hugo Giménez, sin embargo, la voz de los disidentes casi no se oye, tampoco la de sus verdugos: solo la de dos hombres humildes arrastrados a un sepulcral régimen como, durante el stronismo, fue arrastrada una sociedad paraguaya funcional y cómplice. Este es quizá el triunfo de Matar un muerto: lograr que se entrevea el horror por medio de dos seres apenas expresivos. En la de Aramí Ullón, por su parte, la disidencia hace memoria y recupera, en la voz y los registros sonoros de Mateo Soboide Chiqueno, el derrotero de los ayoreos arrancados al monte en donde, ahora, “apenas el sol” no tiene dueño y la propiedad están por encima de la vida.

El despojo, la expulsión, la persecución o la muerte suelen ser el destino de las disidencias en este país. Lo fue durante 35 años de dictadura militar con anuencia civil colorada, lo sigue siendo cada vez que un indígena o un campesino comete el crimen de tener dignidad.

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