Detrás del enfrentamiento comercial entre China y EEUU hay también un choque de nacionalismos, entre las ambiciones del gigante asiático emergente y el temor de Washington de perder su influencia.
Incluso si llegaran a un acuerdo económico, ambas potencias siguen enfrentadas en lo geopolítico en cuestiones como Taiwán o Corea del Norte, la presencia de EEUU en el Mar de China o por las acusaciones de espionaje de Washington contra la compañía de telecomunicaciones china Huawei.
El acuerdo comercial pareció alejarse esta semana con la entrada en vigor el viernes de nuevos aranceles en EEUU contra los productos chinos y los negociadores se separaron ese mismo día en Washington sin fijar fecha para una próxima reunión de negociación.
De ambas partes del océano, la crispación se acompaña de nuevos rencores frente a un rival que hasta ahora y desde los años 1970 estaba considerado como socio.
Por la parte estadounidense, el presidente Donald Trump convirtió a China en uno de los objetivos favoritos de su campaña presidencial de 2016 acusando a Pekín de robar empleos a EEUU. Una responsable del Departamento de Estado, Kiron Skinner, sorprendió el mes pasado describiendo la rivalidad con China como un combate contra una civilización realmente diferente y una ideología diferente.
Es la primera vez que EEUU se enfrenta a un gran rival que no es de raza blanca, aseguró durante un foro sobre cuestiones de seguridad.
China replicó a través de su portavoz de Relaciones Exteriores, Geng Shuang, considerando absurdo y totalmente inaceptable examinar las relaciones bilaterales desde el punto de vista del choque de civilizaciones e incluso desde una perspectiva racista.
Desde la llegada al poder de Xi Jinping, a finales de 2012, el régimen comunista también apela al nacionalismo y el presidente vende a sus compatriotas el sueño de un gran renacimiento tras las humillaciones occidentales a China que empezaron en el siglo XIX.
Hostilidad. “Objetivamente, la guerra comercial reforzó la hostilidad como nunca entre las sociedades china y estadounidense”, escribió en Twitter Hu Xijin, el redactor jefe del Global Times. “La hostilidad mutua podría convertirse en incontrolable, provocando una gran regresión del conjunto de las relaciones internacionales. Me preocupa mucho”, dijo el responsable de este periódico, cercano al poder y con posiciones nacionalistas.
La guerra comercial lanzada el año pasado por Trump convenció a muchos más chinos, no solo a los directivos paranoicos, de que EEUU quiere bloquear la emergencia de China como potencia, indica el sinólogo Bill Bishop, editor del boletín Sinocism en EEUU. Pekín podría intentar aprovechar el aumento del nacionalismo, pero es un arma de doble filo que podría volverse contra el régimen si a este le acusan de debilidad frente a Washington, apunta el analista. En China existe un fondo de xenofobia en general y de antiamericanismo, en particular, que podría provocar llamamientos a boicotear los productos estadounidenses, afirma Bishop, a pesar de que hasta ahora Pekín censuró llamamientos de este tipo en las redes sociales.
Los dos países se enfrentan también para asentar su influencia en el resto del mundo; en el caso de China, con su faraónico programa de infraestructuras llamado Nuevas rutas de la seda, al que Washington considera vanidoso. En paralelo, China está modernizando rápidamente su ejército y tiene el segundo presupuesto militar del mundo, todavía lejos sin embargo del de EEUU. Aunque las dos potencias acaben firmando un acuerdo comercial, la rivalidad seguirá siendo feroz, advierte Hua Po, un politólogo independiente de Pekín.
“EEUU tiene razones para estar preocupado con China”, asegura.