19 feb. 2025

El atractivo de la Señora vestida de azul

Gustavo A. Olmedo B.

Por un instante pareciera que el país se detiene para peregrinar. En estos días, Caacupé, el notable fenómeno religioso y cultural de nuestro país, vuelve a convocar a miles de hombres, mujeres y niños, exponiendo a la luz –de manera espontánea y sencilla– los rasgos de ese extraño y codiciado corazón de la mayoría del pueblo paraguayo. Extraño, porque esa esencia del existir, ese motor potente e invisible de nuestra gente nunca es absolutamente comprensible y tampoco previsible para propios y extraños; codiciado, pues no cualquiera llega hasta él.
¿Qué tendrá la Señora vestida de azul, que tanto atrae a los habitantes de esta tierra? Una pregunta que no debería darse por descontada en medio de tantos análisis sociológicos y políticos para comprender esta expresión de la religiosidad popular. Toda vivencia humana personal, por más insignificante que parezca, guarda un tesoro indecible.
Más allá de los críticos a esta manifestación de fe, que abarca todos los estratos sociales y culturales, el fenómeno Caacupé se presenta como altamente positivo. Hablamos de un lugar que genera una identidad y forma de mirarnos como paraguayos, que es única.
La festividad de la Virgen Serrana es un espacio en donde la gente se reconoce como pueblo, reunido en torno a un mismo deseo; un lugar en donde paraguayos y paraguayas exponen libremente sus reclamos y depositan en las manos, de la que consideran “su Madre”, todas sus necesidades y problemas, al tiempo de llenarse de esperanzas y energías para retomar el quehacer cotidiano.
Para miles de hombres y mujeres es el lugar en donde reciben aliento y un mensaje de ser mejores personas; un ámbito en donde son invitados a prácticas de justicia, amor y responsabilidad, a cuidar el medioambiente y respetar al semejante; y para muchos el lugar de la memoria del valor de la familia y la vida, de la dignidad propia y la de aquellos más indefensos y olvidados en nuestra sociedad, como los niños por nacer, los indígenas, los presos y las personas atrapadas por las drogas y la violencia.
Y aquí, por un lado, la responsabilidad de la Iglesia Católica y sus consagrados, en cuanto a propuestas y mensajes se refieren, es más que notable. La institución religiosa debe saber acoger con justicia y sabiduría a este pueblo que camina. Por otro, los peregrinos también están llamados a comprender que este gesto implica un compromiso; pues llegar hasta la Virgencita es una invitación al cambio y la autocrítica, a rectificar rumbos y definir prioridades, y ello implica una ascesis. Un verdadero desafío para el corazón y la razón de quienes confían en la dulce mirada de la atractiva Señora vestida de azul.