En marzo de 1891, Gustav Mahler llegó a Hamburgo para dirigir la orquesta de la ópera de la ciudad. Era, con 31 años, el director más codiciado por las agrupaciones orquestales de Europa.
Hamburgo significaba para él un escalón más, acaso el último, en su ascenso a la meta profesional que se había propuesto: dirigir la Ópera Imperial de Viena.
En la ciudad alemana —en la que se asentaría los siguientes seis años y dirigiría ciento cincuenta presentaciones anuales a cambio del 2,5% del total de los ingresos— reemplazaría a Hans von Bülow, el compositor romántico alemán, eminencia musical de la ciudad, pero antagonista frecuente de Bernhard Pollini, el inescrupuloso y todopoderoso empresario de ópera.
Las disputas entre ellos precipitarían el arribo de Mahler. Sin embargo, a despecho de Pollini, las relaciones entre el viejo y el nuevo director fueron siempre cordiales.
Llegaron a intimar musicalmente, y la defensa de la música de Wagner era un punto en común no menor.
Von Bülow respetaba a Mahler y sus aportes revolucionarios a la dirección orquestal, pero pronto hubo de surgir una obsesión del compositor austriaco: necesitaba saber qué opinaba su antecesor de sus propias obras, de su trabajo compositivo. Acaso esta era la opinión que verdaderamente le interesaba.
El maestro accedió a escuchar la interpretación que el propio Mahler haría frente a él de una versión primera del primer movimiento de su sinfonía Resurrección.
Aquello constituyó una catástrofe: de repente, interesado en ver la cara de von Bülow mientras acometía las teclas del piano, Mahler giró la cabeza y vio que von Bülow estaba contra la ventana, tapándose con las manos los oídos.
“Si lo que acabó de oír es música, debe ser que no entiendo nada sobre arte”, sentenció. Sumada a las frías recepciones de sus primeras obras, la cachetada crítica de von Bülow lo fulminó.
El español José Luis Pérez de Arteaga, en su biografía Mahler (ediciones Machado Libros, 2008), cita una carta que el músico escribió al compositor Richard Strauss, luego del episodio de la interpretación frente al maestro.
“Hace una semana, Bülow casi se murió mientras interpretaba mis obras para él. Usted nunca ha experimentado algo así, y no puede comprender que uno termine por perder la fe”, dice Mahler. Y agrega con infinita amargura: “Dios bendito, el mundo puede seguir su camino sin mis obras”.
En 1897, Mahler se convirtió en director de la Ópera de la Corte de Viena. Tenía 37 años. Había llegado a ese puesto, a pesar de que era judío en una ciudad en la que el antisemitismo se fraguaba en las altas esferas.
Hoy la música de Mahler ha envejecido muy bien en todo el mundo.
La música de von Bülow nos ha llegado con menor intensidad.