Puedo estar sugestionado, pero tengo la impresión de que hay mucha gente decepcionada luego de conocer la designación de los colaboradores de Mario Abdo. Es que muchas de esas nominaciones fueron muy malas y contradicen su promesa de luchar frontalmente contra la impunidad. ¿Cómo creerle, si sus elegidos son personajes con pésima reputación?
Uno puede entender que la campaña electoral haya dejado favores que devolver, pero es una exageración pagarlos con el nombramiento de políticos –o sus familiares– que devastaron la función pública en el pasado reciente o que no tienen idea del trabajo a realizar.
Mario Abdo está resolviendo de un modo suicida el problema originado en las características estructurales de Añetete, que es una coalición de movimientos que responden a un abanico de liderazgos personales y territoriales. Y, ya se sabe, ese es un partido insaciable. Todos reclaman ser resarcidos por derrotas departamentales, por postergaciones derivadas de su adhesión a Marito o por la desilusión de no haber sido nombrado ministro. También hay que reservar espacio a los cartistas que, previsiblemente, desertarán en los próximos meses. Para eso está el amplio y generoso Estado, piensan los colorados. Todos caben allí, al fin y al cabo, Marito había prometido “coloradizarlo” de vuelta.
Este rumbo nos lleva a un fango bien conocido. Hay familias enteras prendidas a las tetas estatales; algunos cargos parecen hereditarios; hay apellidos que tienden a especializarse en colgarse de ciertas áreas de la función pública durante generaciones. En eso, todos los sectores son iguales. Bastó que los cartistas se sumaran a las críticas a Abdo, para que la prensa les enumere la cantidad de impresentables nombrados durante el gobierno anterior.
Mario Abdo atenta contra sí mismo al tomar estas decisiones. La consecuencia inevitable será la ineficiencia de la gestión. El desaliento de profesionales jóvenes que se ven desplazados por parásitos que ganan sueldos siderales puede transformarse en indignación popular a corto plazo.
En las binacionales la cuestión es aún más patética. Poco importa la defensa de nuestros intereses soberanos, lo fundamental es contentar a los amigos caídos en desgracia. Por eso el padre del ex diputado José María Ibáñez, don Antonio, recala en Itaipú, pese a su pasado con escándalos de corrupción.
De acuerdo a esa lógica perversa, para compensar el ingreso a Viñas Cué del diputado Ulises Quintana, habría que nombrar a su padre, don Cleto, en algún lugar de Itaipú. No interesan sus antecedentes de haber sido acusado de liderar una banda de delincuentes hace algunas décadas y de haber sido destituido hace pocos años como juez por dejar libres a diez narcotraficantes. Será justicia, según la meritocracia abdista.