El Evangelio de la Misa menciona las fuertes palabras del Señor a estas ciudades que no quisieron hacer penitencia ni arrepentirse de sus pecados: ¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia... Y tú, Cafarnaún, ¿te vas a alzar hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que se han obrado en ti, subsistiría hasta hoy. ¡Tantas gracias y se arrepintieron de sus pecados. Incluso se rebelaron contra el Señor: Dirumpamus vincula eorum, et proiciamus a nobis iugum ipsorum: rompamos los mandatos del Señor, rechacemos su dulce yugo. Estas palabras del Salmo II, ¡se han repetido ya en tantas ocasiones...! Jesús pasa a nuestro lado y derrama su gracia y su misericordia. ¡Tantas veces! Son incontables los momentos y situaciones en los que el Señor se ha parado a nuestro lado para curarnos, para bendecirnos, para alentarnos en el bien. Muchas atenciones hemos recibido de parte del Señor. Y espera de nosotros correspondencia, arrepentimiento sincero de nuestras faltas, aborrecer el pecado venial deliberado, todo aquello que de alguna manera nos separa de Él, porque la gracia derramada ha sido mucha. Él nos oye siempre, pero de modo muy particular cuando acudimos con deseos de cambiar, de recuperar el camino perdido, de empezar de nuevo con un corazón contrito y humillado. Debe ser esta una actitud habitual porque han sido muchas las ocasiones en las que, conscientes o no, hemos rechazado su gracia, porque la ofensa es mayor cuanto mayores han sido las muestras del amor de Dios en nuestra vida. ¿Quién es tan ciego para no ver a Cristo que se nos hace el encontradizo una y otra vez?
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal).