Como cada inicio de año, quiero compartir con ustedes el emprendimiento que hace tres años empecé con mis hijos y que consiste en la incorporación de la lectura y los libros en sus vidas. En el caso de mi hija, afortunadamente ya no hay que hacer ningún trabajo para que le guste leer porque hace rato entró en un proceso de cuasiadicción a los libros. En su caso, y quizá para todos, el tema está en qué géneros le gusta leer; y es acá una vez más donde entran a tallar los gustos de los otros, es decir, indefectiblemente los de sus amigos y los míos.
Desde que la serie de Harry Potter irrumpió en la vida de muchos chicos, la avalancha de títulos diseñados para púberes y adolescentes es interminable. Panambí pertenece a esa rara franja etaria de jóvenes que comparten fanáticamente los libros de Cassandra Clare, Suzanne Collins, James Dashner, John Green, Becca Fitzpatrick o Rainbow Rowell, entre muchos más. Adolescentes que no paran de hablar de lo que está pasando con sus héroes; que se intercambian los libros y hacen casi un culto (con el fanatismo que esa edad produce) a todo lo que conlleva ese universo, por ejemplo, las adaptaciones al cine de las historias.
De repente el producir libros para jovencitos se volvió gran negocio unido al cine. Mi papel de contraespía chapado a la antigua es que Julio Verne, Louis Stevenson, Mark Twain, Mary Shelley, Emilio Salgari, Jane Austen o Charles Dickens se sumen a la lista de advenedizos que pululan ahora. Implementé, improvisando y un poco a la fuerza, que estos autores conformen la biblioteca personal de mi hija. Pero ambos grupos tienen vidas diferentes. Mientras el primero circula de mano en mano entre sus congéneres, los otros solo han sido leídos por la dueña; las veces que uno de sus amigos o amigas ultralectores han intentado pasear sus ojos por las primeras líneas de Verne o Stevenson una especie de luz cegadora les ha lastimado, era como Drácula agarrando un atado de ajos; no podían creer que existiese algo tan aburrido y difícil de leer, que no tuviera el romance y la acción cinematográfica que sus héroes nuevos viven todos los días. Y lo peor de todo: ¡que hay personas que los soportan y llegan hasta el final! Una de ellas, bicho raro, es mi hija. Pero no fue nada fácil lograr esa metamorfosis.
Los estilos y las épocas entre ambos grupos de autores es de un siglo de diferencia como mínimo. Que Panambí los conozca y vaya comprendiéndolos no fue un trabajo fácil. Por ejemplo, una saga de tres enormes tomos como Divergente, Insurgente y Leal le llevaba menos de un mes devorarlos, mientras que un solo libro como Orgullo y prejuicio le llevaba más de un mes. Muchos son los motivos de esta diferencia. El lunes que viene propondré algunas hipótesis usando como ejemplo lo que nos pasó con los libros de Tolkien.