La parábola del Señor nos habla de personas que han dado la espalda al amor de Dios y han pervertido el depósito que ha sido puesto en sus manos. De nuevo el desagradecimiento, el orgullo y la codicia en el origen de la destrucción y la muerte.
Una ceguera, un tanto irracional, podría llevarnos a pensar que, lo que tenemos, lo tenemos por mérito propio: Que nadie nos lo ha dado. Un corazón endurecido podría llegar a mirar el resto de la creación en función del propio beneficio. Tan triste una cosa como otra: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorias, como si no lo hubieras recibido? (1Co 4,7); Que nadie abuse ni engañe a su hermano (1Ts 4,6).
Los frutos vienen del agradecimiento y del amor humilde. Somos criaturas, y Dios ha querido hacernos partícipes del cuidado y gobierno de lo que ha salido de sus manos, de toda la creación. Pero de un modo muy particular de las personas y, entre ellas, con especial empeño, de las que comparten nuestra fe.
La consecuencia lógica es clara: Acoger con humildad los dones de Dios, ponernos al servicio de los demás, sabernos portadores del evangelio para que todos puedan llegar a conocer el amor de Dios por ellos y a qué nos llama.
Todo esto solo es posible si acogemos a Cristo, piedra angular, porque solo él es capaz de iluminar todo nuestro ser, de hacernos experimentar en plenitud el amor del Padre, y de mirar a todos como amados del Padre.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-feria-vi-segunda-semana-Cuaresma/).