15 dic. 2025

Diálogo, ¿para qué?

Por Carolina Cuenca ccuenca@uhora.com.py

Desde que Platón usara el diálogo (la ciencia del discurso racional) como método para llegar a la verdad, mucho se ha desarrollado la percepción que se tiene de esta, digamos, vía humana de acercamiento y encuentro. Cuando se habla de mediación de conflictos, de educación familiar o de cultura de la paz, se hace indispensable la inclusión del camino del diálogo. Hoy, por suerte, es políticamente correcto dialogar, pero, notablemente, el significado de lo que ello representa puede tener carices totalmente opuestos para cada participante. Para algunos dialogar es llevar a otros, con habilidad y apariencia de bondad, hacia lo que uno piensa o desea, sin recurrir a las armas o a la coacción. Para los más “espirituales”, dialogar es escuchar y hablar solo con el corazón... Realistamente, ¿cómo se puede hacer para dialogar hoy?

Todo el mundo concuerda en que en el diálogo auténtico es preciso “escuchar”, ¿pero qué escuchar? ¿Los monólogos a veces irritantes de la otra parte? ¿La arrogancia, las mentiras, las ínfulas de superioridad, los clichés?... No, por pretencioso que parezca, solo hay diálogo cuando lo que se busca escuchar en el otro es la voz de la verdad (es decir, una correspondencia con la realidad) y para ello no queda de otra en el diálogo que hacer un esfuerzo por superar lo superfluo, lo banal, lo circunstancial para llegar a reconocer en los otros (no el infierno, como diría pesimistamente Sartre) lo esencial.

Y aún es más exigente. Buscar la verdad en el otro es también respetar su libertad, buscar ser justos y desear su bien. Quien en el fondo no pretende servir a su semejante, no puede dialogar. Solo llega a manipular, a evadir, a falsificar, a tergiversar, pero no alcanza a hacer un acto político, es decir, humano.

Benedicto XVI reflexionaba agudamente así en su encíclica Cáritas in veritate : “Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales”.

No nos engañemos, sin sentido de justicia, sin deseo de verdad, sin búsqueda de bien común, el diálogo es una trampa y en el fondo no se da. Solo es violencia disfrazada.

El diálogo es indispensable para hacer política (¡la forma más alta de caridad!) y para sobrevivir como sociedad, como especie. Solo se desarrollan como personas los que llegan a esta madurez. Pero, no nos engañemos, “ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana”.