No queda margen en el Presupuesto de gastos más que para salarios a funcionarios y compra de servicios. Queda solo un magro 3% para inversiones. Hay que salir a pedir dinero para algunas obras viales, pero, por sobre todo, ¡para pagar deudas! El Gobierno se felicita por una nueva colocación de bonos en el mercado internacional y se palmotea por la buena tasa de interés conseguida. Lo que no se dice es que no estamos produciendo y menos administrando correctamente nuestros recursos y que casi el 70% de lo conseguido servirá para “patear” la deuda ya existente a futuro.
Eso significa que nos han dado una nueva tarjeta de crédito para pagar la que ya venimos pagando a duras penas. Los justificadores de las deudas dicen que no hay por qué preocuparse, a pesar del mal ejemplo cercano de los argentinos. Sin embargo, con la experiencia del malgasto del dinero de todos cercano a los 2.000 millones de dólares anuales, sí estoy muy preocupado por las generaciones que se vienen. Son ellas las que nos dirán por qué no cumplieron con las deudas con más producción y mejor gasto público. Para cuando eso ya estaremos muertos algunos y el país, en el profundo foso.
La mayor deuda de nuestro país es con la decencia y la racionalidad. Si a los administradores les importara esta nación harían profundos recortes en los gastos y salarios de un personal supernumerario, cuyo desempeño es absolutamente contrario a cualquier racionalidad. Habría que echar a miles y racionalizar la administración de forma profunda.
Claro, hay que tener coraje y patriotismo para ir contra los 150.000 que se levantarán y contra los partidos que sostienen su clientela, pero hay que hacerlo. Si no lo hace esta democracia, lo hará un autócrata y será aplaudido por todos. No hay un solo gesto hasta ahora en dirección a las reformas del Estado. Todos saben del problema y nadie se anima a resolverlo. Las palmaditas al hombro entre los gestores de Hacienda y Banco Central continúan como si lo que hicieran fuera lo correcto.
Se comparan con la Argentina cuando este país por el mismo camino del nuestro acabó en la condición de casi una nación africana, con el perdón de los países de dicho continente. No hay misterios en todo esto. O saldamos las deudas internas o las externas con mayor producción y racionalización o nos consumirán lo poco que generamos para algo distinto que pagar salarios y comprar bienes generalmente con corrupción incluida.
El país requiere dejar de mentirse. Contraer deudas para pagar deudas sin reforma profunda no tiene futuro. Mientras en bocaditos se sigan gastando millones de dólares, en viáticos, en presentismo, en títulos y bonificación familiar... el derroche nos pasará la factura muy pronto.
La deuda social es inmensa e impacta en la educación y en la salud para convertirse primero en pobreza y luego en miseria. Los que pueden salen del país dejando familias quebradas que se transformarán en pandillas violentas que empiezan en forma de motochorros. Vamos a incrementar la brecha social y sus costos pagaremos entre todos. Los empleados públicos creen tontamente que con sus sindicatos violentos se salvarán de los costos que supone esta organización viciosa e irracional cuando sus cajas jubilatorias bordean el colapso. Tontos, en ese momento los que sufren por sus “derechos adquiridos” disfrutarán la venganza tardía compartiendo la desgracia común.
Esta situación requiere un pacto nacional para acabar con esta piñata. Hay que sentarse y organizar este Estado que tenemos. Así como está es una bomba de tiempo. Las deudas son enormes y continúan incrementándose mientras los administradores de turno se felicitan por haber conseguido pagar la vieja deuda con una nueva tarjeta de crédito. Por este camino solo cavamos más la profundidad del abismo.