En este centro asistencial, uno de los casos más graves es el de un niño de cinco años que perdió dos dedos, el pulgar y el índice, a causa de la explosión de un cebollón. Otro caso involucró a un menor de 14 años que perderá el ojo izquierdo como consecuencia del impacto de una cañita voladora.
Mientras que en el Centro Nacional de Quemaduras y Cirugías Reconstructivas (Cenquer) recibieron a un niño de 5 años, proveniente de Concepción. El chico sufrió quemaduras en el 10% de su cuerpo luego de tirar un fosforito dentro de una lata de nafta. Otro de diez años tuvo quemaduras luego de lanzar un fosforito dentro de una lata de tíner.
Desde hace varios años, las autoridades del Ministerio de Salud Pública, con los hospitales, vienen llamando a la prevención de este tipo de accidentes que involucran a los niños. “Ruleta de la pólvora, jugar con pólvora es jugar con tu suerte”, se denomina el lema de este año que grafica el impacto que podría tener la manipulación de petardos. Sobre todo en los niños.
Sin embargo, la conciencia parece no encenderse aún del todo, por más que los números se han reducido bastante en las últimas décadas. Lo muestran los números y, sobre todo, las consecuencias que los menores acarrearán durante el resto de su existencia. Sobre todo los que quedaron sin un miembro de su cuerpo. Vestigios de un mal recuerdo y la estigmatización rondando cada día.
Al difundirse las informaciones, muchas personas expresaron su indignación. Sobre todo apuntaron a los padres de los niños y la palabra irresponsabilidad fue una de las más repetidas.
Cárcel, pérdida de la patria potestad, multas, entre otras sanciones, eran las planteadas en las opiniones que siguieron al 24 y 25 de diciembre.
Mientras estas líneas son escritas, en varias partes del país manos pequeñas siguen manipulando petardos. “No le va a pasar nada”, se justifican muchos mayores al proveerles de esos explosivos. Claro, no les va a pasar nada hasta que les pasa.
Pero, por otra parte, también es necesario lanzar preguntas que detonen el debate sobre la efectividad de las sanciones. ¿Quién cuidará o quién querrá hacerse cargo del niño herido si sus padres van presos? ¿Podrá una familia de origen humilde hacer frente a una sanción pecuniaria? ¿La solución está en prohibir la comercialización y la venta de todo tipo de petardos?
Frente a la última interrogante planteada habría que verse la efectividad de la medida. Más aún teniendo en cuenta el historial de los controles de parte de las autoridades. Una decisión como esa solo podría fortalecer el contrabando y la venta clandestina de estos artículos.
Otro hecho que debería de tener en cuenta es la determinación de la responsabilidad. Tengamos en cuenta que muchas veces los padres no son quienes dan las bombas a sus hijos. Nunca falta el tío, padrino, abuelo o primo de mayor edad que les compra, pensando que así contribuye a la efímera felicidad de los más pequeños de la casa.
No debe olvidarse también que en ocasiones ni siquiera la familia es la proveedora. Los niños suelen acceder a las bombitas a través de los amigos que las detonan en la cuadra.
Aunque podría sonar chocante, las campañas de prevención pueden sumar el testimonio de los padres de las víctimas de estos accidentes. Más allá de los resultados futuros, contar de cerca cómo la familia ha enfrentado la situación puede resultar como ejemplo aleccionador. Incluso podrían realizarse este tipo de charlas en las escuelas.
Alternativas que pueden echarse a mano y de esa manera evitar que luego de que se disipe el humo de la pólvora solo quede la desgracia.