Coincidiendo con el 140º aniversario de la muerte del Mariscal Francisco Solano López en Cerro Corá, quien encabezó la heroica resistencia del pueblo paraguayo, donde hasta el último hombre, mujer o niño se enfrentara a los invasores enemigos, quienes descendemos de aquellos mártires pensamos que es el momento oportuno para hacer algunas reconsideraciones sobre el presente.
La generosidad del Paraguay a veces llega a niveles ofensivos no siempre por mala fe, sino por ingenuidad. Nos enteramos en las páginas de Sociales de los diarios capitalinos que en vísperas del 140º aniversario de la inmolación de nuestro país en Cerro Corá, aquel luctuoso 1º de marzo de 1870, estábamos rindiendo unos descolocados honores a la bisnieta del Conde D’Eu y tataranieta de Pedro II, responsables ambos de documentadas iniquidades contra el Paraguay y los paraguayos.
En efecto, Diana D’Orleans-Bragança está realizando prácticamente el equivalente de una sorpresiva visita de Estado, firmando acuerdos al lado del presidente del Congreso y siendo acompañada por la primera dama de oficio. Dado el ropaje filantrópico cultural de la visita, el hecho no hubiera concitado el interés de muchos de no tratarse de quien se trata.
Ni siquiera el caso es con ella, pero uno es en parte sus antepasados y allí la princesa entra en terreno cenagoso. La Guerra contra la Triple Alianza fue una contienda con heroísmo en ambos bandos mientras comandaba las fuerzas imperiales del Brasil el Mariscal Luis Alves de Lima, luego Duque de Caxias. Cuando este se negó a exterminar a la población paraguaya y se retiró del teatro de operaciones, Don Pedro II no encontró nada mejor que enviar a su yerno francés de 27 años, casado con su hija la infanta Isabel, el célebre Conde D’Eu, bisabuelo de Diana, la princesa de Orleans.
El conde nunca quiso venir al Paraguay y luego de unas pocas batallas donde se distinguió por su sadismo, cayó preso de una enorme depresión e intentó por todos los medios volver a Río de Janeiro cuando por un “golpe de suerte” ocurre lo de Cerro Corá. El Conde D’Eu, entre otras cosas, ordenó el degollamiento público de prisioneros, incluyendo el del herido comandante Pedro Pablo Caballero en Piribebuy y antes de abandonar esta pintoresca villa cordillerana, hizo tapiar las puertas del Hospital de Sangre y le prendió fuego al edificio con médicos, enfermeras, monjas, niños y familiares de los internos atrapados en él.
Unos pocos kilómetros arroyo abajo, cuatro días más tarde, en Acosta Ñu presidió una carnicería épica de niños indefensos y, habiéndole tomado el gusto a la piromanía, ordenó la quema de los pastizales con heridos y parientes inmobilizados atendiendo a las bajas de batalla. En el reseco maizal ardiente murieron carbonizados millares de paraguayos indefensos, y a quienes intentaban salvarse corriendo entre las llamas, los rifleros de D’ Eu daban caza con una crueldad fuera de toda lógica humana.
Las tropelías de D’Eu eran a instancias de su suegro. La guerra ya no tenía sentido, pero hasta liquidar la totalidad de la resistencia, Don Pedro no iba a reposar. El hecho movió al autor de la última biografía de Elisa Lynch, el irlandés Michael Lillis, a sugerir que el Brasil tenga el coraje de ejercer un acto de contrición por el cuasi exterminio paraguayo de 1870.
Y mientras un extranjero que nos admira y valora nuestro heroísmo en justa dimensión tiene el arrojo de pedir una nueva actitud hacia nosotros, en nuestra capital y en vísperas de un aniversario luctuoso se recibe como benemérita a una descendiente de aquel criminal de guerra. Demás está agregar que luego de muerto el Mariscal, continuó la cruel cacería de paraguayos, asesinato de prisioneros que se rendían y, como corolario, los brasileños mutilaron el cadáver de Solano, se repartieron como suvenir pedazos de su cuerpo y le prendieron fuego al campo.
En una República nadie debe pagar por los pecados de un pariente, pero los mismos siendo de la envergadura de los del Conde D’Eu exigen, por lo menos, una actitud más comedida de los descendientes directos. Y una actitud un poco más coherente con nuestra dolorosa historia de parte de quienes nos proclamamos paraguayos. Si olvidamos nuestras raíces, perdemos nuestro sentido básico de identidad. Y nos transformamos en simples marionetas de los que detentan el poder político o económico. Lo que el imperio del Brasil, bajo la égida de Pedro II y su enviado militar directo D’Eu, hicieron en el Paraguay, hoy se conoce con el nombre de GENOCIDIO. Esto sería el equivalente a que los judíos le rindieran homenajes a un nieto de Hitler, por donarle frazadas para los niños friolentos de Israel. Como nunca, la verdad nos hará libres... Y ecuánimes.