Los pronósticos para el resto del año e inicios del próximo estiman niveles de precipitaciones y temperaturas no muy altas y lluvias distribuidas uniformemente en los próximos cuatro a cinco meses, aunque se espera más fuerza en octubre, proporcionando bastante humedad a dicho periodo.
De acuerdo con expertos en agroclimatología, para finales de enero y febrero (época de la cosecha de soja y maíz zafriña en la Región Oriental) no se prevén meses muy lluviosos siendo esto auspicioso, luego de condiciones climáticas relativamente buenas durante la primavera y verano.
El fenómeno llamado El Niño está previsto que ingrese en octubre con bastante fuerza y algo de irregularidad, no obstante, las perspectivas son buenas en términos de rendimiento agrícola y resultados económicos.
Este análisis nos lleva a considerar nuevamente la extrema dependencia de nuestra economía de factores exógenos, en este caso el clima en un contexto de cambio climático cada vez más pronunciado.
Uno de los mayores problemas que enfrenta el crecimiento y su capacidad para contribuir al desarrollo es la volatilidad. En los últimos años pasamos de crecimientos negativos del 4% a positivos del 11%. Estos niveles de cambio tan abruptos ocasionados por la combinación de factores climáticos y del comercio internacional restan previsibilidad.
La previsibilidad es un determinante fundamental del crecimiento económico. El aumento del riesgo impide que los agentes tomen decisiones de largo plazo, reduce la inversión y obstaculiza las innovaciones.
El cortoplacismo, el statu quo y los bajos niveles de inversión son la antesala de bajos niveles de producción y productividad, lo cual impide a su vez la entrada a mercados más exigentes y, por eso, más competitivos.
En los últimos 20 años casi no hemos cambiado nuestra estructura exportadora ni el destino de nuestros productos. Y para complicar la situación, con una alta dependencia de dos factores exógenos que las políticas públicas no pueden modificar. Los bajos niveles de valor agregado y la escasa diversificación en productos y mercado acentúan las desventajas anteriores y se constituyen en las principales características del modelo económico, con resultados mediocres suficientemente conocidos.
La precariedad e informalidad del trabajo, los bajos ingresos, las exportaciones de materias primas, la escasa diversificación de las mismas y de los mercados y la inestabilidad del ingreso de divisas y de recaudaciones tributarias ponen límites casi insalvables a la sostenibilidad del crecimiento y al desarrollo.
Así, el país termina teniendo un desempeño insuficiente para las necesidades del crecimiento poblacional, de las aspiraciones de mejoras en la calidad de vida y de la demanda internacional cada vez más exigente en términos de estándares de calidad. Cambiar nuestra estructura productiva haciéndola más compleja no solo nos liberará de esta dependencia, sino que nos hará más resilientes y tendremos mayores oportunidades de desarrollarnos como país.