Prácticamente en el mismo día en que Mario Abdo Benítez asumía la presidencia de la República por el periodo 2018/2023, se conocía la noticia de que Iris Magnolia Mendoza, esposa del actual presidente del Congreso Nacional, el senador colorado Silvio Ovelar, integrante del mismo sector político liderado por el jefe de Estado, fue reincorporada como funcionaria de la Entidad Binacional Itaipú, donde se desempeñaba como directora jurídica, con un salario de alrededor de 100 millones de guaraníes.
Aunque es cierto que Iris Magnolia ya había sido funcionaria de Itaipú y fue destituida por el anterior presidente, Horacio Cartes, entonces se desempeñaba como jefa del Departamento de Derecho Ambiental. Ahora es restituida en un cargo de mayor importancia y con mejores beneficios, a través de uno de los primeros decretos firmados por el nuevo presidente. El gesto no puede dejar de ser interpretado como un claro primer pago de favor político hacia uno de los principales aliados actuales del mandatario.
En la misma línea, ayer se anunció que también Dionicio Velázquez, el hijo del actual vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, sería nombrado como superintendente de Responsabilidad Social de Itaipú, en reemplazo de María Emilia González Chávez, hija del cuestionado senador Óscar González Daher. Si bien el director negó el nombramiento, al interior de la Binacional aseguran que está en los planes.
De igual modo, se mencionan otros importantes nombramientos en las binacionales Itaipú y Yacyretá, en ministerios y dependencias estatales, que se realizan sin concursos, bajo la figura de cargos de confianza, y que en la mayoría de los casos favorecen a correligionarios, amigos, parientes y colaboradores, que conforman el entorno del nuevo mandatario, lo cual implica que la misma reprochable costumbre de regalar altos cargos públicos como favores políticos continuará vigente en el actual Gobierno.
Esta situación constituye una práctica viciosa, muy asociada al nepotismo, en la que se concibe al Estado como un gran botín para repartir entre los allegados al poder, echando por tierra todo el discurso de pretender dejar de lado la corrupción, de cambiar las cosas que están mal para favorecer la igualdad de oportunidades y de fortalecer la transparencia, tal como el propio presidente Mario Abdo Benítez planteó en su discurso de posesión de mando, y como acostumbran repetir muchos de sus ministros y colaboradores.
Esperemos que el nuevo jefe de Estado perciba el hartazgo ciudadano ante este tipo de prácticas perniciosas, que se manifiestan en las continuas movilizaciones contra políticos acusados de corrupción y de tráfico de influencia, y que en consecuencia pueda cambiar cuanto antes este pernicioso estilo de proceder.