18 abr. 2024

Decepción latinoamericana

Alberto Acosta Garbarino, presidente de Dende.

El sentimiento que prevalece en casi todos los países de América Latina es el de una profunda decepción con la situación política, económica y social que estamos viviendo.

Hasta hace poco tiempo la decepción era por falta de trabajo, por la inseguridad reinante, por las desigualdades sociales, es decir por problemas concretos.

Pero las explosiones sociales ocurridas en varios países de la región en los últimos meses, nos indican que lo que existe es una insatisfacción cada vez más grande con el sistema de gobierno, es decir con la democracia que fue incapaz de satisfacer las expectativas de la sociedad.

Hace unos días mencionaba que la decepción es un sentimiento que tiene una persona cuando sus expectativas son más altas o son diferentes a la realidad.

A la luz de esta definición, los que tenemos más años podemos recordar que la democracia llegó a los países de la región en la década del ochenta en medio de altísimas expectativas.

Se había desalojado del poder a los militares y con la democracia llegaban las libertades, el respeto a los derechos humanos, y la participación ciudadana; en un memorable discurso pronunciado por Raúl Alfonsín al asumir la presidencia en el año 1983 dijo “con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”, anticipando ese mundo ideal al que todos aspirábamos.

El ambiente en todos nuestros países era de euforia, con lo cual era totalmente previsible que rápidamente fuera a llegar la decepción.

La primera decepción fue la hiperinflación que azotó a varios países de la región, pero con mayor fuerza a la Argentina de Alfonsín y al Brasil de Sarney; la segunda decepción llegó en la década de los noventa, con la implementación de planes de ajustes basados en la receta del Consenso de Washington, que trajeron estabilidad macroeconómica, pero un aumento dramático de la pobreza.

Aprovechando este descontento llegaron al poder en la región populistas como Chávez, Lula y Kirchner, que tuvieron la suerte de coincidir con el Boom de los Commodities, que hizo que el petróleo venezolano pasara de 17 a 147 dólares el barril y la soja del Mercosur pasara de 147 a 650 dólares la tonelada.

Había dinero a montones y el populismo se encargó de despilfarrar dicha bonanza aumentando en forma exorbitante los gastos del Estado, subsidiando a millones de personas o llenando los bolsillos de los gobernantes.

La tercera decepción comenzó en el año 2014 cuando el Boom de los Commodities llegó a su fin y los precios de las materias primas volvieron a sus valores normales; en ese momento la mayoría de las economías de la región, especialmente las de Venezuela, Brasil y Argentina, colapsaron.

Las explosiones sociales que hoy vemos en casi todos los países de la región se deben a la enorme decepción que ha generado esta historia de fracasos de la democracia latinoamericana.

Esta democracia que hoy tenemos no satisface a nadie, ni a la derecha ni a la izquierda, ni a los ricos, ni a la clase media, ni a los pobres.

Los ricos le temen a la inseguridad física y jurídica que promueve el populismo; y la clase media y los pobres padecen de un pésimo sistema de transporte, de una educación de mala calidad y de una indigna atención a la salud. Eso ocurre en la región y también en el Paraguay.

Por eso existe un malestar y una agresividad de la gente como nunca se había visto antes; por eso creo que ha sido muy oportuno el llamado realizado esta semana en Caacupé por Conferencia Episcopal Paraguaya a un “diálogo social” entre los líderes de todos los sectores de la sociedad.

Este “diálogo social” puede ser muy importante para evitar mayores enfrentamientos entre paraguayos, para reconstruir la paz y la concordia entre nosotros y sobre todo para que juntos encontremos cómo refundar nuestra democracia.

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