23 jul. 2025

De ELÍO Y LA CONSPIRACIÓN de los CABILDOS

“Si hay que batirse o destruir a los republicanos, entonces ya no hay que reflexionar, pues jamás eso será delito ni ante Dios ni ante los hombres”, decía Francisco de Elío, quien contribuyó a las independencias de Uruguay y del Plata.

La independencia del Uruguay es inseparable de la actuación de José de Artigas, oficial del ejército realista hasta marzo de 1811, cuando decidió pasarse al campo revolucionario. Pero unos años antes, en septiembre de 1808, el español Francisco Javier de Elío (1767-1822), separó la Banda Oriental del Virreinato del Río de la Plata.

Con eso, Elío fue un precursor de la independencia del Uruguay; mas sólo en cierto sentido, porque Elío no quería independizar a América, sino someterla más estrechamente al control de los españoles. En términos modernos lo llamaríamos un fundamentalista de derecha; él se llamaba a sí mismo partidario del Rey neto (absoluto).

Además, tenía sus ambiciones personales y sentía una profunda antipatía hacia Santiago de Liniers, virrey del Río de la Plata. Liniers era lo que hoy llamaríamos un populista, aunque pertenecía a una vieja familia noble emigrada de Francia, y había servido al ejército español desde su adolescencia. En 1806 liberó Buenos Aires de la ocupación militar de los ingleses, con ayuda de Montevideo.

Después de la reconquista comenzó la disputa entre las dos ciudades, pues tanto Montevideo como Buenos Aires reclamaban la posesión de las banderas capturadas a los invasores. Aquella disputa era parte de una vieja rivalidad. Montevideo era puerto de mar por sus aguas profundas y porque ofrecía protección a las embarcaciones ancladas en su rada. Buenos Aires no era un auténtico puerto.

Los navíos que desembarcaban frente a la ciudad debían anclar a varios kilómetros de la costa, debido a la poca profundidad del agua; en caso de tormenta, el viento los podía llevar mar adentro. Sin embargo, Buenos Aires, por ser la capital del virreinato, tenía un monopolio abusivo de la navegación y el comercio, en perjuicio de Montevideo.

Tampoco el Paraguay estaba satisfecho con el sistema comercial del Virreinato, por razones muy bien explicadas por Fulgencio R. Moreno en su libro Estudios sobre la Independencia. El descontento con la capital virreinal llegaba al Alto Perú (después Bolivia), que debía enviar la plata del Potosí a Buenos Aires, sin recibir nada a cambio.

Esta oposición intereses explica la posterior división del virreinato en las repúblicas independientes de Argentina, Uruguay, el Paraguay y Bolivia; como explica también la conspiración de los cabildos, ocurrida antes de la independencia.

CONFABULACIÓN. La conspiración de los cabildos fue una tentativa de reemplazar la autoridad del virrey por la autoridad de los cabildos; en especial, por la de los cabildos de las ciudades principales. Estuvo dirigida por españoles ricos que resentían la concentración poder en Buenos Aires y querían mayor autonomía para los cabildos y los asuntos locales. Fue una reacción contra el centralismo impuesto por los Borbones en los últimos años de la colonia, pero no tenía un carácter liberal ni democrático.

El primer estallido se dio en Montevideo, el 21 de septiembre de 1808. El gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, se puso acuerdo con el cabildo de la ciudad y varias personas acaudaladas (casi todas españolas), para formar una Junta de Gobierno independiente de Buenos Aires. El pretexto fue que Liniers era francés, y por eso no podía ser virrey cuando sus compatriotas ocupaban militarmente España.

A pesar de su nacionalidad, Liniers siempre fue leal a España, pero eso no impidió que los españoles de la Banda Oriental desconocieran su autoridad, si bien declarándose fieles a las auténticas autoridades peninsulares, entonces residentes en las Juntas de Gobierno que luchaban contra Bonaparte.

Elio tenía en Buenos Aires un buen amigo, el absolutista Martín de Alzaga, con quien se propuso difundir la rebelión. El 1 de enero de 1809, el cabildo de Buenos Aires se rebeló contra Liniers, con el apoyo de las milicias españolas de la ciudad. La rebelión fracasó porque Liniers tenía el apoyo de las milicias criollas, en especial del cuerpo dirigido por Cornelio de Saavedra, presidente de la Junta formada el 25 de mayo de 1810.

Pero en 1809 Saavedra no pensaba dar un golpe contra su superior y amigo Liniers, sino en impedir que los españoles dieran su golpe propio. Curiosamente, el mejor defensor del sistema colonial en Buenos Aires no era el español Alzaga sino el francés Liniers (fusilado en 1810 por oponerse a la revolución de mayo). Pero la Junta de Sevilla, la autoridad peninsular, consideró que la nacionalidad de Liniers era fuente de escándalo, y lo reemplazó en el virreinato por Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien perdonó a los alborotadores Elío, Alzaga y sus asociados, dignos de castigos muy severos según las leyes de la época.

IRREVERENCIA. El alboroto se extendió por el virreinato. El cabildo de Asunción no llegó a la rebelión abierta, pero manifestó en forma irreverente su simpatía por el cabildo de Buenos Aires, que había ignorado la autoridad de Liniers en varias ocasiones antes de llegar a la franca insurrección de enero de 1809. En el Alto Perú, los españoles y criollos encumbrados no mostraban mucho respeto por Liniers, aunque les hubiera convenido respetar a las autoridades constituidas para evitar una revolución social.

Un efecto colateral de la conspiración de los cabildos de Montevideo y Buenos Aires fue la insurrección de Charcas del 25 de mayo de 1809. El pleito comenzó con la rivalidad entre los oidores de la Audiencia y el presidente de la misma; luego se sumaron los revolucionarios.

El movimiento fracasó, pero sus miembros no fueron castigados con severidad. No sucedió lo mismo en La Paz, donde la Junta formada el 16 de julio de 1809 adoptó una postura radical y fue derrotada por los ejércitos realistas: sus dirigentes fueron reprimidos con saña.

Las querellas entre españoles precedieron a las querellas entre españoles y criollos en el Río de la Plata, dice el historiador John Street. Elío, que promovió querellas en el Río de la Plata, pasó después a España para seguir promoviéndolas allá. Él fue uno de los autores del primer golpe militar del siglo XIX en España.

El golpe se dio en 1814, cuando regresó de su cautiverio en Francia el rey Fernando VII, con el compromiso de respetar la Constitución aprobada en Cádiz en 1812.

Elio y otros jefes militares recibieron al rey con el llamado Manifiesto de los persas, donde le recomendaban gobernar en forma autocrática.

El manifiesto se llamó así porque decía lo siguiente: cuando moría un rey en Persia, el sucesor dejaba que pasaran varios días sin reemplazarlo; en esos días había todo tipo de saqueos y excesos, que obligaban al pueblo a pedirle por favor que subiera al trono.

Elío fue capitán general de Andalucía hasta 1820, cuando se produjo una revolución liberal, que obligó a Fernando VII a respetar la Constitución. Cuando vino el cambio, las nuevas autoridades apresaron a Elío, para impedir que el pueblo lo linchara, porque se había hecho odioso persiguiendo y ajusticiando liberales.

En la cárcel, el ex capitán general siguió conspirando, y terminó condenado a muerte y ejecutado en el garrote en 1822, en el mismo lugar donde él había dado ese mismo trato a sus adversarios políticos.