19 sept. 2025

Cuatro rostros del Paraguay reciente

El autor, quien vivió en Paraguay como directivo de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), rinde un conmovedor homenaje a Ramiro Domínguez, Gustavo Becker, Bartomeu Melià y Tony Carmona,

Luis María Scasso

Educador, investigador

L_scasso@hotmail.com

Puede ser extemporáneo escribir sobre algo que no sea acerca de la pandemia del Covid, pero puede ser también atinado decir que nuestra vida como personas y comunidades ni se redujo, ni se reduce, a pandemias, guerras o sucesos catastróficos. Ser humanos nos da el regalo de valorar y celebrar la vida más allá del riesgo o la intemperie, regalo que no debemos perder.

En sus diálogos con Sylvere Lotringer, Paul Virilo, filósofo, urbanista y “dromólogo”, nos recuerda que la velocidad contrae el espacio. Si durante miles de años la máxima velocidad que podían alcanzar las novedades, comunicaciones, noticias e instrucciones fue equivalente al galope de un caballo –es decir, un espacio-mundo grande e incógnito–, la velocidad de la luz de las transmisiones digitales reduce el tiempo de comunicación a cero, la velocidad hace desaparecer el espacio y el mundo se vuelve demasiado pequeño.

Parafraseando a Mario Deaglio, podemos decir que el diluvio cotidiano de noticias –y agrego, de tecnologías– destruye las perspectivas temporales y opaca el sentido de la historia.

Esto nos afecta de tal modo en la cotidianeidad que corremos el riesgo de olvidar demasiado rápido; y ya no hablamos de olvidar ideas, sucesos o compromisos, sino me refiero a olvidar afectos personales y sociales, la amistad entre personas, la amistad social.

Hace poco tiempo nos dejaron cuatro amigos, cuatro amigos del Paraguay, cuatro amigos de la educación y la cultura, y cuatro amigos queridos. El riesgo del olvido excede, por lo reciente, al de la revisión de sus obras y trabajos y puede –aunque no debería– alcanzar esos aspectos que los caracterizaron en su humanidad cotidiana, en los afectos, en los modos, en las formas y el contenido.

Ramiro Domínguez, Gustavo Becker, Bartomeu Melià y Antonio Tony Carmona iniciaron su peregrinar hacia la “tierra sin mal”. Cada uno de ellos a su paso, todos con una gran pasión por el Paraguay, por su cultura, por su lengua, por un país en unión e igualdad. Quiero traerlos aquí contigo, amigo lector, con un breve párrafo y algunas anécdotas de modo a recordar entre quienes los conocimos su particular personalidad, y entre quienes no, tal vez despertar una sana curiosidad por conocer a personajes que a su modo contribuyeron a perfilar la historia reciente; nuestra historia reciente.

UN SABIO DE LA PLUMA

A Ramiro Domínguez, un sabio de la pluma, de persuasión suave y a la vez firme, lo conocí a través de su trabajo en la Comisión Nacional de Bilingüismo. Lloviera, tronara; hiciera calor o frío, don Ramiro jamás faltó a las reuniones de trabajo que acordábamos. Su defensa enérgica del guaraní paraguayo y de aquello que significaba en términos de identidad cultural era directamente proporcional a su sencillez y humildad.

Don Ramiro siempre me despedía de la misma forma: “Dios te bendiga”, me decía, y luego me daba una palmada en la cabeza. Ya sabía yo si estaba conforme o no con lo conversado: el mismo tono de voz, la misma sonrisa, y una palmada que –a veces– era un duro coscorrón.

Ya afincado en Buenos Aires, encontré en la Feria del Libro a un Ramiro anciano y de cuerpo dolorido. Luego de los saludos de rigor y al preguntarle cómo estaba me dijo: “Me duele un poco la espalda, ya me cuesta viajar”, ya se le hace largo dije como frase al pasar, “y sí –dijo–, fueron 20 horas, vine en combi porque no tenía plata para el avión”. No me di cuenta, no nos dimos cuenta, que ese esfuerzo descomunal a su edad era para realizar su última peregrinación acompañando a las letras paraguayas.

Siempre presente el fervor por su querida hija y sus amigos, esos que nunca lo abandonaron, entre ellos Luz Rojas y la Fundación Comarca Guaireña.

Vale este recuerdo querido a ese anciano de hierro, forjado en las fundiciones de Ybycuí, templado en los montes del Guairá y enaltecido en el mundo de las letras, de la amistad y del corazón guaraní.

APASIONADO POR LA EDUCACIÓN

Gustavo Becker había sido miembro del Consejo Asesor de la Reforma Educativa y del Consejo Nacional de Educación, su pasión por los temas de la política y la educación paraguaya se condensaban en una firmeza de opinión que se volvía –a veces– inconmovible. Probablemente podría haberse dedicado a otros menesteres de su profesión de abogado que le hubieran retribuido más licencias materiales y menos disgustos... pero no podía, no podía consigo mismo. Su país lo apasionaba, lo amaba y le dolía, todo el mismo tiempo.

Veía lo correcto con tal claridad, que le parecía inconcebible que otros fueran o fuéramos ciegos a lo evidente. En sus distintas funciones oficiales y oficiosas sus contribuciones a la reflexión sobre la educación paraguaya y sus necesarios cambios no deben ser olvidados.

Poderoso caballero es don dinero, me repetía siempre. No tan poderoso, al fin y al cabo, a don Gustavo Becker no lo alcanzaron sus garras. Su orgullo más grande, su esposa e hijos.

Nos vimos por última vez en un bar de Asunción en la esquina de la calle Molas López y Francisco Fernández. Estaba dolido por mi partida. No recuerdo bien si fue cerveza o vino, o ambos, sí que nos prometimos mantener el contacto, yo regresaría con frecuencia a visitar mi segunda patria. Por razones que prefiero olvidar, o mejor, omitir, volví muy poco al Paraguay, no cumplí mi promesa.

SABIO DE SABIDURÍA HUMANA

Bartomeu Pa’i Melià abre el capítulo de los amigos españoles del Paraguay y de América del Sur. Orgulloso de ser mallorquín y de hablar su lengua, como buen jesuita fue un riguroso científico y entusiasta sacerdote. Su labor antropológica, lingüística y pastoral lo llevó a convivir con distintos pueblos originarios de la América del Sur, y entre ellos fue Paraguay su gran ardor. Frati Volanti lo llamaba con humor Ramiro Domínguez.

Hasta donde sé hablaba con fluidez el inglés, el español, el mallorquín, el latín, el italiano, el guaraní en sus diversas formas, y –probablemente– una o dos lenguas más entre las cuales seguramente estaba el griego clásico. Autor de innumerables artículos, textos, libros, opúsculos, sabio de sabiduría humana. Humilde y firme a la vez. Trabajó un periodo investigando en la Biblioteca Vaticana, fue perseguido en épocas oscuras, citado en las mejores universidades del mundo, invitado a congresos, premiado y condecorado, daba misa en su capilla del Bañado Sur ante sus amados feligreses.

Su pasión, la lengua guaraní, su historia y la identidad de su pueblo. Su mirada más allá de las fronteras es hoy recordada por otro español –don Mariano Jabonero Blanco– que a modo de homenaje ha instaurado el Premio Iberoamericano en Educación Intercultural y Plurilingüismo Bartomeu Melià Literas

Pa’i Melià sabía ser suficientemente persistente para conseguir de nosotros aquello que se proponía. Nos vimos la última vez en Buenos Aires, lo invité a almorzar donde quisiera, bife de chorizo, ojo de bife, bife de lomo, optó por una sencilla pizzería frente al Colegio del Salvador. Almuerzo frugal, vaso de vino, y larga conversación con nuestro amigo Darío Pulfer sobre autores y textos antropológicos y lingüísticos que –en su mayor parte– simulé conocer.

En un homenaje que le ofreció la Embajada de Brasil en Asunción, lo esperaban el público, las autoridades, los curiosos y los amigos del bocadito del evento. El Pa’i Melià no llegaba, el tiempo transcurría. No usaba celular, no había dónde llamarlo. Llegó con paso cansino y dijo: “Se retrasó el colectivo”. Aquel hombre que vi en Salamanca, dando una conferencia junto al presidente de la Real Academia de la Lengua Española, don Víctor García de la Concha, llegaba tarde porque el 27 se había retrasado.

PORTERO EN LA TIERRA SIN MAL

Pablo Urquiza fue el primer director de la Oficina de la OEI en Asunción, querido y recordado por muchos. Cuando llegué al Paraguay a sucederlo en esa función me hizo un hermoso regalo, me presentó a Tony Carmona. Fue mi primer almuerzo en el Bar San Roque, con soberbia milanesa de surubí, sopa, chipa guasu y –cómo no, estando Tony– cerveza bien fría.

Tony amó el Paraguay como solo un español como él puede hacerlo: hasta el tuétano, nada a medias tintas. No solo hablaba el guaraní, lo comprendía profundamente. Sospecho que –al final– pensaba en guaraní y se expresaba en español.

Como los amigos antes mencionados, contribuyó de diversas formas y maneras a la causa de la educación y la cultura en Paraguay. Muchas veces en forma de sabio y prudente consejo, sugerencia sutil o advertencia casi brutal. Pocos lo saben, porque, así como hablaba con algún presidente o ministro, se daba luego a hablar sobre sus temas preferidos como si aquella conversación hubiera sido algo menor, pasajero, poco importante.

Tal vez haya encontrado en Augusto Roa Bastos la síntesis de sus pasiones: el Paraguay, las letras, y el guaraní. De allí que, aun habiéndolo conocido en vida como muchos, supo desmenuzar su obra hasta el hueso y conocerlo –tal vez más– en los entresijos de lo escrito, lo insinuado, en lo sutil. El Roabastiario es seguramente su obra más querida, en ella apuntó los descubrimientos que hizo sobre las fuentes escondidas por don Augusto en su obra. Soy un convencido de que el rompecabezas Augusto lo desarmó para Tony, y que antes de irse le dijo al oído, “parto, Tony, a ver si podés encontrar las piezas”.

El periodismo, su otra pasión, tal vez inconclusa, con alguna marca ingrata, lo llamaba diariamente a una furiosa lectura de todos los periódicos, buscando en los recovecos de lo dicho y lo omitido indicios del devenir de una realidad tan fugaz como dolorosa.

Nos vimos personalmente la última vez en Buenos Aires en el bar La Esquina de Aníbal Troilo que, seguramente por designios misteriosos, se encuentra en la calle Paraguay. Tony estaba feliz. Los resultados de sus estudios eran muy positivos en la evolución del cáncer. La prueba parecía estar superada. Ya no lo volví a ver, el resurgir de la enfermedad y la muerte ingrata lo alcanzó antes de tiempo.

Batuke y sus hijas fueron la luz de sus ojos. Su amistad fue para mí un honor inmerecido. Ahora nos espera en otro lugar. Pidió para sí el puesto de portero en la tierra sin mal. Quiere estar allí para recibirnos cuando lleguemos, y ser él quien nos abra el portón de los sueños.

Qué privilegio terminar estos párrafos con una cita de Hijo de Hombre sugerida por Mirta Roa, luego de la lectura previa de estas líneas “el hombre cuando ha sido cabal y se ha olvidado de sí mismo, la tierra come su cuerpo, pero no su recuerdo”.