Es el mismo río que obligó otras veces a José Daniel Alvarenga y a su hijo Cristofer Daniel Alvarenga a refugiarse en la segunda planta de su casa cuando las aguas superaban la playa, la calle y el patio.
Esa es una de las tantas batallas que José ha tenido con su hijo de 12 años y quien está a su cargo desde los tres años.
El niño, al igual que dos hermanas mayores, quedaron con el padre cuando la madre falleció a causa de dengue grave. Las mujeres ya formaron otro hogar y Cristofer quedó a cargo de su padre.
“Él es mi compañero de todos los días. Cuando le veo pienso que tengo que luchar hasta lo último para que sea algo en la vida”, dice con convicción José.
Jornadas. Padre e hijo empiezan temprano su día. Se levantan a las 5:30. A las 6:30 José ya está en su trabajo donde desayuna con su hijo.
Posteriormente lleva al niño a la escuela Brasil, donde está en el sexto grado. El día de ambos culmina cuando luego de realizar todas las tareas de la casa, se acuestan a dormir alrededor de las 21:00.
La rutina del día a día suele recargarse con los días de práctica y los partidos en los torneos. Cristofer practica en la escuela de fútbol del Club Nacional.
Aparte del fútbol y la escuela, ambos deben encargarse de mantener la casa donde viven. También se encargan de cocinar y lavar sus ropas, describe José.
Enseñanzas. El respeto a los mayores y a todas las personas, evitar los malos pasos y sobre todo estudiar son los consejos reiterados que José da a su hijo cada día.
“Él es un chico muy educado. Creo que nadie se va a quejar de él. Eso es lo que yo trato de enseñarle”, cuenta José, quien trabaja como funcionario municipal.
No dejar de lado los estudios es un reiterado consejo del padre al hijo. Sobre todo por su propia experiencia.
Cuenta que por diversos motivos y las dificultades que pasó con su madre, la abuela de José, él no pudo llegar a culminar sus estudios.
“Desde el alma no quiero que él pase por eso. Estoy tratando de cumplir con él, llevándole a su escuela de fútbol también, sin importar dónde tenga que jugar”.
Hoy mismo, ambos deben estar en pie a las 6 de la mañana para desplazarse hasta Villeta, donde el pequeño futbolista debe disputar un encuentro.
Cristofer, quien juega como central, suele comentarle a su padre cómo se siente luego de un partido. También le habla de los futbolistas de su preferencia en su estilo de juego.
“Le gusta mucho el fútbol, hablamos de la escuela. También le pregunto cómo le va en sus estudios”.
Según cuenta, su hijo se dedica a cumplir con sus tareas escolares sin demora.
En el juego de la vida, padre e hijo conversan sobre las responsabilidades diarias y las expectativas.
Como todo habitante de la ribera, tampoco dejan de mirar al río y lo que representa para sus vidas y recuerdos.
Está muy presente para ellos lo ocurrido durante la última crecida, hace tres años y poco más. En ese entonces, ambos se tenían que trasladar hasta el segundo piso de su hogar, llegando en canoa.
“Ahí nosotros pasamos la creciente anterior. Eso es lo que le preocupa a él. Y las tormentas”, cuenta José.
El padre mira hacia el futuro de su hijo. Aguarda que todo el esfuerzo que ambos realizan tenga sus frutos.
“Mi triunfo va a ser que en el día de mañana él sea algo en la vida. Que tenga un título como se dice, alguna cosa que le gusta y termine de estudiar eso. Aparte también el fútbol. Nuestro sueño es que juegue en algún club y que tenga ese recuerdo”, dice José Alvarenga, reflejando el anhelo mientras sigue criando a su hijo con dedicación.
El testimonio del progenitor en un día especial. Reflejo de una situación en particular en un país donde para muchos padres desentenderse de su responsabilidad filial pareciera ser un deporte nacional.
Padres, pilares de una vida
Testimonios de amor filial desde Clínicas, el Bañado y el Mercado 4.