Hace un año en el mundo eclosionaba la pandemia.
Dadas la profundidad y naturaleza transitoria del shock, los países desplegaron políticas contra-cíclicas y de contención social en magnitudes sin precedentes, al límite de lo que sus espacios fiscales, monetarios y de regulación bancaria permitían. En nuestro país, dadas las restricciones operantes, dichas políticas fueron correctas
A partir del tercer trimestre y al ritmo de la apertura gradual de actividades, la economía mundial comienza a recuperarse. Paraguay no es excepción, el PIB del tercer trimestre creció en 7,4% (contra el segundo, desest.) y el 2020 estaría cerrando con una caída por debajo de 1%, la más baja de la región.
Hasta acá, en general coinciden las lecturas de lo que pasó. Sin embargo, se repite un relato oficial que pone énfasis en la menor caída del PIB en 2020, y su más rápida recuperación en 2021 como un indicador de éxito de la política anticíclica. Sin desmerecer las políticas implementadas, esto puede conducir a una lectura sesgada debido a:
1) el resultado en materia de actividad económica 2020 responde básicamente a factores exógenos como el clima (repunte de agricultura), términos de intercambio favorables, base estadística (1er semestre se compara contra un nivel muy bajo de 2019), y donde la participación en el PIB del sector servicios –el que más se resintió con la pandemia– es todavía baja,
2) una macroeconomía que durante años se mantuvo ordenada y sin grandes distorsiones en precios relativos, es más resiliente ante shocks, por lo que también explica parte del resultado,
3) el PIB es una medida de la producción total de bienes y servicios en un periodo. Pero PIB e ingreso de los hogares no son lo mismo, ni en el corto plazo tienen por qué avanzar igual, o sea, la economía puede crecer, mientras el ingreso de los hogares no,
4) por último, la economía es una ciencia social, y para poder atribuir causalidad es preciso mostrar los tests correspondientes, si no, como máximo, se pueden “asociar” los hechos.
En este marco, si bien el shock sanitario desde la política macroeconómica es considerado transitorio, desde una mirada microeconómica y social, hay impactos más profundos, de carácter estructural y, por lo tanto, requeriría medidas focalizadas en esa dirección.
En primer lugar, habría que evaluar en qué sectores o grupos económicos la pandemia produjo un efecto permanente, afectando la capacidad de generar empleo e ingresos. Al respecto, tras el shock en el mercado de trabajo en el 2º y 3er trimestre del año pasado, hacia el 4º trimestre los indicadores comienzan a recuperarse, pero básicamente al impulso del regreso de los trabajadores informales. Por tanto, en un mercado dominado por la informalidad, el desempleo no es un buen indicador del ciclo de la economía. Habrá que esperar los datos para saber qué pasó con el ingreso de los hogares.
Adicionalmente, como se esperaba, las empresas, sobre todo las pequeñas, y los hogares han recurrido al endeudamiento para sostener sus gastos. El crédito bancario ha aumentado en forma sostenida desde mayo (14% anual en último trimestre 2020), no obstante, nuevamente, el crédito bancario al consumo no permite medir el impacto de la pandemia en el endeudamiento de los hogares de menores ingresos que no acceden al mercado formal. Dado que la precarización del empleo, y los propios problemas de salud habrían sido regresivos, cabría esperar en este segmento la mayor necesidad de financiamiento.
Si a lo anterior le sumamos el deterioro en la enseñanza, mayor inseguridad, tensión social, menor productividad, entre otros, los costos no necesariamente se visibilizan en el corto plazo, y pueden ser muy altos.
En este contexto, el Equipo Económico debería alertar sobre los riesgos y llamar a la responsabilidad, tanto del Ejecutivo como del Congreso, acerca de la necesidad de encarar las reformas de manera urgente.