17 may. 2025

Creer en el derecho a una vida digna y sin violencia

En los momentos de infortunio que vivimos en el Paraguay resulta difícil sostener una actitud optimista. Después de los dos años en que la pandemia puso a prueba a nuestras instituciones y se lamenta la pérdida de miles de vidas, el país experimenta una situación nunca antes vivida. El crimen organizado ha desatado una ola de violencia que mantiene a la sociedad en un estado permanente de temor y duelo. Es ahora cuando debemos sacar a relucir lo mejor de nuestra humanidad, la capacidad de seguir creyendo que un país mejor es posible.

El mensaje del arzobispo de Asunción, monseñor Adalberto Martínez, durante la celebración del Te Deum por los 211 años de Independencia del Paraguay, expresado frente a las principales autoridades, no solamente fue contundente sino fundamentalmente oportuno. En un sucinto resumen señaló que la pobreza, la corrupción, la impunidad y el crimen organizado avanzan como una epidemia; al mismo tiempo, pidió a los gobernantes combatir los síntomas de desigualdad, la corrupción y la presencia del crimen organizado en las instituciones públicas.

“La patria soñada puede convertirse en una pesadilla que requiere de nuevos próceres patriotas para profundizar la gesta de Independencia”, sostuvo el obispo, poniendo una vez más el dedo en la llaga de nuestra lacerante realidad. Una realidad que el ciudadano vive cotidianamente, el accionar de la delincuencia que se siente, se padece, y transcurre ante nuestras impotentes miradas todos los días. Un tipo de delincuencia antes no conocida y que hoy va ganando terreno y es ejercida sin pudor y a plena luz del día, con crímenes que mantienen a la sociedad en estado permanente de alerta y temor.

El crimen organizado y las mafias del narcotráfico no solamente suponen un peligro para la vida institucional del país y para el sistema democrático, también van cambiando el comportamiento social y le roban al ciudadano calidad de vida.

No obstante, mientras la sociedad comienza a reaccionar ante la idea de vivir en un narcoestado y rechaza la violencia, y al mismo tiempo espera que las autoridades asuman su responsabilidad y le devuelvan la tranquilidad, se debe resaltar que todavía quedan algunos motivos para creer que un país diferente todavía es posible.

En este sentido, se puede mencionar el hecho de que vivimos en una sociedad que no acepta la violencia como modo de vida normal, que rechaza la posibilidad de que sea el crimen organizado quien dirija los destinos del país y marque su rumbo. Esta es la misma sociedad que soportó de pie el embate de una terrible pandemia e hizo su mejor esfuerzo por sobreponerse.

Los paraguayos demostraron durante los últimos dos años su calidad humana, cuando en el momento más aciago de la pandemia faltaban infraestructura y medicamentos, las rifas y polladas aportaron lo que el Estado no fue capaz.

Fueron la solidaridad y la fortaleza de la gente las que hicieron posible superar una de las peores situaciones que nos tocó enfrentar. El músculo solidario se mostró muy resistente asimismo con las ollas populares, que dieron alimento y confortaron a miles de compatriotas que quedaron sin ingresos por la pandemia. Aquellos platos de comida fueron la respuesta comprometida y solidaria del pueblo paraguayo, y que restituyeron la esperanza en la humanidad.

Frente al panorama actual, incierto y desde un escenario desde el cual solamente se vislumbran oscuros nubarrones, solamente nos queda la alternativa de seguir mirando hacia adelante, y redoblar nuestros esfuerzos para no caer en la desesperación y en la desesperanza. Y frente a este desafío, como sociedad podemos sacar fuerzas, recordar y valorar nuestras mejores cualidades e intentar asumir una visión más optimista. Como escribió Albert Camus: “Donde no hay esperanza hay que inventarla”.

Está en nuestras manos exigir a las autoridades, participar, reclamar, convertirnos en ciudadanía activa que rechace aquel viejo mantra de que el infortunio se enamoró del Paraguay. Debemos sacar a relucir lo mejor de nuestra humanidad, la capacidad de seguir creyendo que un país mejor es posible.