25 abr. 2024

Constituyente, ¡NO!

Con sorpresa leí que al tomar posesión de su cargo el nuevo viceministro de Asuntos Políticos del Ministerio del Interior, se presentó como el responsable de liderar el debate social para establecer una Convención Nacional Constituyente que reforme nuestra actual Constitución.

Muy mala la decisión tomada por Mario Abdo Benítez, porque un tema de la máxima importancia para la República no puede ser liderado por un funcionario de tercer nivel, ni siquiera por el ministro del Interior, sino por el presidente mismo.

Un presidente que lidera es aquel que comunica, y este tema, si pensaba instalarlo, tendría que haber estado en un lugar destacado en su discurso de posesión de mando, y no estuvo.

Pero no solamente se ha cometido el error en la comunicación y en la designación del responsable de tan importante tema, sino que también se ha cometido el error de instalarlo en un momento en donde no existen las más mínimas condiciones para que un proceso como este pueda tener alguna posibilidad de éxito.

La Constitución es la Carta Magna de una República, es la ley suprema de una nación y en el momento de elaborarla debe haber lo que los expertos llaman un “espíritu constituyente”.

Ese “espíritu constituyente” lo tuvimos en el 1992, cuando salíamos de una larga dictadura y queríamos construir una democracia; cuando salíamos de una Constitución que otorgaba al presidente todos los poderes y queríamos construir una República con equilibrio de poderes; cuando salíamos de un sistema donde la seguridad nacional era lo principal y queríamos construir un nuevo sistema donde los derechos humanos fueran lo más importante.

Ese “espíritu constituyente” no existe hoy, sino por el contrario, existe un ambiente de crispación generalizada, de fragmentación política, de enfrentamientos y de incapacidad para dialogar y ponernos de acuerdo en casi nada.

Lo que existe son intereses particulares de los líderes políticos que desean la reelección, o visiones ideológicas de algunos sectores sociales que desean agregar a los derechos humanos aquellos que se llaman de tercera generación, como el matrimonio igualitario, el derecho al aborto, etcétera.

Llamar a una Constituyente en este ambiente es una locura. Si a eso le sumamos que los constituyentes serán electos bajo el esquema de listas sábanas y con un Tribunal de Justicia Electoral absolutamente desprestigiado, casi con seguridad nuestros futuros constituyentes serán los mismos integrantes de nuestro actual Congreso o personas de un perfil muy similar.

En la Constituyente de 1992 teníamos a juristas de la talla de los doctores Óscar Paciello, Evelio Fernández Arévalos, Rafael Eladio Velázquez y Óscar Facundo Insfrán, solo por citar algunos.

Con nuestro actual sistema electoral y con la calidad de nuestros políticos de hoy, es casi seguro que en una eventual Constituyente tendremos a personas del perfil de Óscar González Daher, Carlos Portillo, y Víctor Bogado.

Nuestra actual Constitución tiene muchos aspectos que deben ser modificados, pero de alguna manera nos aseguró el mayor periodo de libertades y de democracia de nuestra historia.

Para modificarla se necesita construir un “espíritu constituyente” donde exista un ambiente de diálogo y cooperación, que permita llegar a dicha magna asamblea con algunos consensos básicos.

Para modificarla se necesita realizar cambios profundos a nuestro sistema electoral, de manera que dicha asamblea quede integrada por las mentes más brillantes y las personas más éticas de los diferentes sectores de nuestra sociedad.

Sin liderazgo presidencial, sin la construcción de un espíritu constituyente y sin reformas al sistema electoral, tenemos que decir con fuerza: Constituyente ¡NO!

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