Con nuestros hijos, no

Puede que usted sea uno de los muchos padres y madres genuinamente preocupados porque quieran introducir en los contenidos escolares instrucciones para que los docentes les digan a nuestros hijos que pueden decidir libremente si quieren ser niños o niñas; o, peor aún, que nada hay de malo en aberraciones como la zoofilia o la pederastia.

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De ser así, es muy probable que su temor inmediato sea el anuncio de un Programa Nacional de Transformación Educativa (PNTE) elaborado por el Ministerio de Educación. Si usted cree realmente que ese plan puede incluir instrucciones siniestras como las que referí, su temor es absolutamente lógico.

Sin entrar a discutir la existencia o no de tales planes, lo que sí podemos decir a ciencia cierta es que el Programa de Transformación Educativa del Ministerio no se puede aplicar sin una ley aprobada por el Congreso. De hecho, lo que se hizo hasta ahora es poner el documento a consideración de la opinión pública porque –según el mismo documento– incluso antes de remitir un proyecto de ley al Legislativo, es requisito previo la suscripción de un acuerdo con la sociedad civil y la clase política.

Esto quiere decir que, incluya o no eso que temen tantos padres y madres y que denominan ideología de género, el Plan de Transformación Educativa es hoy letra muerta. No existe ni existirá hasta que el Congreso sancione una ley que la ponga en marcha. Y el Ejecutivo ni siquiera elaboró ese proyecto de ley.

Por lo tanto, no hay la menor posibilidad de que se cambie una sola coma de los contenidos de los programas educativos. Cualquier modificación correrá a cuenta del próximo gobierno que asumirá recién en agosto del año próximo, cuando resten apenas cuatro meses para que termine el año escolar.

En resumen, ninguna modificación puede ocurrir hasta el 2024, cuanto menos. Sin embargo, el temor de esos padres y madres está siendo atizado de manera grosera por la clase política como si fueran a entrar mañana a las escuelas a secuestrar a sus hijos o a lavarles la cabeza. ¿Por qué?

La respuesta la dio de manera clara y trasparente un legítimo representante de la política criolla, el diputado colorado cartista Basilio Bachi Núñez, cuando se intentó iniciar en la Cámara Baja un juicio político al ministro de la Corte Suprema de Justicia Antonio Fretes. Bachi, quien junto a sus correligionarios salvó al magistrado de cualquier riesgo de destitución, advirtió que el caso de Fretes era solo un intento por distraer la atención de lo realmente preocupante, que es la mentada transformación educativa.

Lo del polémico legislador es absolutamente cierto, solo que al revés. Él y los suyos convirtieron el proyecto de transformación (que está paralizado y que no se volverá a tratar hasta dentro de dos años, cuanto menos) en una distracción perfecta para evitar hablar de todo lo que está pasando ahora. El escándalo que salpica al ministro Fretes es solo una muestra de cómo funciona el Poder Judicial. No es un accidente que lo hayan salvado. Fretes es un chancho del chiquero de Bachi y de los políticos.

Lo que hoy está matando a niños y adultos es un Estado absolutamente ineficiente y corrupto que destina el grueso de sus ingresos a gastos rígidos, como los salarios de un personal público con mayoría absoluta de correligionarios que entraron por la ventana; la clientela de Bachi y los suyos. El riesgo de los niños es que el techo de sus escuelas les caiga encima, es que no haya medicamentos en los hospitales, es quedar huérfano porque a su madre la apuñalen en la calle para robarle el celular.

Todos tenemos derecho a temer que quieran meterse con nuestros hijos, pero el miedo no nos debe hacer perder la capacidad de razonar. Ellos ya se están metiendo con nuestros hijos; les están robando cualquier posibilidad de tener un país mejor que el que nos tocó a nosotros. Ahora mismo el peligro no es un documento muerto, son los vivos que viven de nosotros.

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