15 abr. 2024

Con Jesús...

Hoy meditamos el Evangelio según San Marcos 8, 27-35. Nuestra felicidad no está en la salud, en el éxito, en que se cumplan todos nuestros deseos... Nuestra vida habrá valido la pena si hemos conocido, tratado, servido y amado a Cristo. Todas las dificultades tienen arreglo si estamos con Él; ninguna cuestión tiene una solución definitiva si el Señor no es lo principal, lo que da sentido a nuestro vivir, con éxitos o con fracasos, en la salud y en la enfermedad.

Los Apóstoles, por boca de Pedro, dieron a Jesús la respuesta acertada después de dos años de convivencia y de trato. Nosotros, como ellos, «hemos de recorrer un camino de escucha atenta, diligente. Hemos de ir a la escuela de los primeros discípulos, que son sus testigos y nuestros maestros, y al mismo tiempo hemos de recibir la experiencia y el testimonio nada menos que de veinte siglos de historia surcados por la pregunta del Maestro y enriquecidos por el inmenso coro de las respuestas de fieles de todos los tiempos y lugares».

Nosotros, que quizá llevamos ya no pocos años siguiendo al Maestro, examinemos hoy en la intimidad de nuestro corazón qué significa Cristo para nosotros. Digamos como San Pablo: lo que tenía por ganancia, lo tengo ahora por Cristo como pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo...

El Señor habla abiertamente de la Pasión. Por eso utiliza la imagen de «tomar la cruz» y seguirle. El dolor y cualquier clase de sufrimiento adquieren con Cristo un sentido nuevo, un sentido de amor y de redención.

Con el dolor –la cruz– le acompañamos al Calvario; el sufrimiento, la contradicción... nos purifican y adquieren un valor redentor junto a los padecimientos de Cristo. La enfermedad, el fracaso, la ruina... junto a Cristo se convierten en un tesoro, en una «caricia divina» que no debemos desaprovechar, y que hemos de agradecer. ¡Gracias!, diremos con prontitud ante esas circunstancias adversas. El Señor quitará lo más áspero y más molesto a esa situación difícil. Por eso, estaremos atentos para darnos cuenta de dónde abandonamos la cruz. Normalmente la dejamos donde aparecen la queja, el malhumor o el ánimo triste.

Las contrariedades, grandes o pequeñas, físicas o morales, aceptadas por Cristo y ofrecidas en reparación de la vida pasada, por el apostolado, por la Iglesia... no oprimen, no pesan; por el contrario, disponen el alma para la oración, para ver a Dios en los pequeños sucesos de la vida, y agrandan el corazón para ser más generosos y comprensivos con los demás.

Por el contrario, el cristiano que rehúye sistemáticamente el sacrificio no encontrará a Cristo en el camino de su vida, y tampoco encontrará la felicidad, que tan cerca está siempre del amor y del sacrificio. ¡Cuántos cristianos han perdido la alegría al final del día, no por grandes contradicciones, sino porque no han sabido santificar las pequeñas contrariedades que han ido surgiendo a lo largo de la jornada!

Le decimos a Jesús que queremos seguirle, que nos ayude a llevar la cruz de cada día con garbo, unidos a Él. Le pedimos que nos acoja entre sus discípulos más íntimos. «Señor, le suplicamos: Tómame como soy, con mis defectos, con mis debilidades; pero hazme llegar a ser como Tú deseas», como hiciste con Simón Pedro.

El Papa a propósito el evangelio de hoy dijo: “Llegamos hoy al punto crucial en el que Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en Él como Mesías e Hijo de Dios “empezó a explicarles que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho..., y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día”.

Es un momento crítico en el que emerge el contraste entre la forma de pensar de Jesús y la de los discípulos. Pedro, de hecho, se siente en el deber de regañar al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final así de innoble. Entonces Jesús, a su vez, regaña duramente a Pedro, le marcó la línea, porque no piensa “según Dios, sino según los hombres” y sin darse cuenta hace la parte de Satanás, el tentador.

Insiste el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los cristianos de Roma, les dice: “No os ajustéis a este mundo, no ir con los esquemas de este mundo, sino transformaros por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios”.

(Del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal y http://es.catholic.net)

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