No ha sido la primera ni será la última conversación por la que nos enteremos sobre la trastienda del poder, pero queda una señal de frustración como si hubieran los mismos tramposos diseñado el plan para que nos enteremos de una buena vez cómo se maneja el poder en el Paraguay. Todos los protagonistas saben que son bandidos, todos no quieren en apariencia serlos, pero todos acaban mostrando que claramente lo son. Outsiders devenidos en actores políticos, brokers articulando el dinero, compinches jaleros estimulando el negocio, antiguos compradores de burdeles y meretrices, fiscalas a la carta, familiares pellizcando las sobras del botín y extractivistas de conversaciones que sacan más cosas que los tontos que entregaron el teléfono no sabiendo el radiactivo contenido de sus chats. Todo es parte de una ópera bufa que la conocemos muy bien y los protagonistas también. Para salir del escándalo generarán otro escándalo que ayude a sepultar y hacer olvidar al que son protagonistas.
Es imposible en un ambiente político podrido y dominado por el dinero que alguien se lance a la política por la búsqueda de bien común. Nadie lo hace en su sano juicio y los que lo intentaron siempre perdieron. Los funcionales que tienen ese destino cobran por perder. Cotizan en la bolsa de los negocios electorales su participación a la baja con el compromiso de cargar con un saco de billetes que les permita vivir muy bien mientras el que tiene que alcanzar el poder se hace con el premio mayor. Este mecanismo es antiguo. Ferreiro no es el primero que lo hizo en el 2013 cuando evitó el triunfo de Alegre ante Cartes. Lo que vino después con los mismos operadores no tuvo por qué cambiar de ruta. La cuestión era volver a colocar el nombre e ir al premio mayor con una cotización también superior. Si se gana ya se sabe para qué. Hay que juntar más dinero para que el siguiente escalón sea menos cansador y se logre una relativa autonomía en el proceso de escalar. Ninguno de estos protagonistas políticos desconoce esta realidad. En algunos sitios del interior gobernadores electos me han dicho, con un convencimiento absoluto, que llegaron al cargo comprando a más del 80% de los sufragantes. El premio mayor es tan apetitoso que la inversión que se haga es siempre mínima.
El Presupuesto del Estado compra bienes y servicios anualmente por más de 6 mil millones de dólares que si con la coima, cometa o mordida se alcen solo del 10% eso representa 600 millones de dólares al año. 10 veces más de lo que costó la más cara de las campañas a presidente. Con esa misma lógica, intendentes, concejales, gobernadores, miembros de juntas departamentales y legisladores hacen el cálculo financiero de cómo se alcanza el poder en este país.
Si se rescataran todos los teléfonos celulares con los chats de estos personajes sabríamos montos y personas envueltas sin ninguna duda. Ya lo intuimos en la conversación corriente, pero sin las pruebas del chat. Estas solo sirven para confirmar lo que todos conocemos. Solo quizás el monto recibido, la miserabilidad del que paga, la indignidad del que reclama incluso la peor de las coimas para que su madre siga teniendo el podrido IPS es de lo que nos enteramos y, como en las novelas, nos damos cuenta que “los corruptos también lloran”.
Las terribles contradicciones entre el discurso público y la vida íntima, los sofismas, la caradurez y el sintemor de los costos sociales son parte de la conclusión a la que llega el ciudadano ante estos personajes de pacotilla representando un pukarã (teatro burdo, cómico y absurdo). Todos estos protagonistas se parecen a las charlas de los puticlubes, ibéricos donde los agentes policiales luego de rescatarlos conocen el entramado del narcotráfico, la trata de personas y las extorsiones a las meretrices de parte del regente del prostíbulo. En España, cuando ocurre eso, en las redadas caen muchos, aquí se ríen y solo atinan a decir: nos descubrieron. Cambian de máscaras, algunos se quedan sin visa, pero la opereta de mala muerte sigue porque la misma Justicia que debiera castigarla es una de las grandes protagonistas de este baile opívo (al desnudo). Una pena.