El desconocimiento de las reglas elementales de tránsito es una herencia más del caos en el que estaba sumido el país durante la era stronista. En aquella época, los automovilistas obtenían su licencia de conducir sin rendir los exámenes que acreditaran sus conocimientos en materia de educación vial. El registro, por lo general, era “comprado” sin más trámite en alguna municipalidad del interior. Práctica funesta que aún pervive en ciertas intendencias del país.
En Asunción, el requisito del examen es sin embargo obligatorio, razón por la cual no puede entenderse que se cometan tantas infracciones a la ley de tránsito. En efecto, en la capital rige el Reglamento General de Tránsito, aprobado por Ordenanza 479/10. En su artículo 114 se establece claramente que “el peatón tiene prioridad sobre los vehículos para atravesar la calzada por la franja peatonal o, en ausencia de esta, de esquina a esquina en la prolongación de la acera. Al aproximarse a esta franja, el conductor debe reducir la velocidad a paso de peatón. En las esquinas sin semáforos, cuando sea necesario, deberá detener por completo su vehículo para ceder espontáneamente el paso a los peatones”.
La inobservancia de esta norma –considerada “falta gravísima"– implica una sanción con multa que va desde los 771.716 hasta 1.400.000 guaraníes. Pese a ello, la disposición permanece prácticamente incumplida. En rigor, por falta de voluntad del conductor, como por la ausencia de los controles respectivos dependientes de la Policía Municipal de Tránsito. Eterno drama del Paraguay, las leyes más modernas existen, pero son ignoradas olímpicamente por falta de poder coercitivo por parte del Estado.
Para incumplir este artículo, ciertos automovilistas se escudan en el hecho de que también existen peatones que cruzan la calle por medio de la calzada, hecho para el cual igualmente existe, a su vez, una multa de 280.624 a 701.560 guaraníes. Sin embargo, la comparación no es atinada y carece de proporcionalidad (el monto de la sanción así lo demuestra) porque el estado de indefensión es mucho mayor para el peatón que para el que conduce una máquina capaz de quitarle la vida a un ser humano en caso de colisión.
Respetar el paso de cebra es una muestra básica de educación vial. Avasallarla supone, de alguna forma, un cierto grado de desprecio hacia la vida humana; una odiosa costumbre que permite a quienes vienen de afuera juzgar el grado de civilización –o de falta de ella– de nuestra sociedad.
Para que esta realidad hostil hacia los peatones sea revertida, es necesario que las policías municipales cumplan el rol para el cual fueron creadas, y que las intendencias dispongan el envío de sus uniformados a las calles y avenidas a velar por el estricto cumplimiento del reglamento de tránsito, así como sancionar sus violaciones. A su vez, se requiere la implementación de un intensivo programa de educación vial que incluya la colaboración de los ministerios de Obras Públicas, Salud, Educación, así como la Policía Caminera, la Policía Nacional y la Municipal, a fin de mejorar los raquíticos niveles de respeto de las normas de tránsito de una gran mayoría de la población.