Por Arnaldo Alegre- aalegre@uhora.com.py |
Y terminaste de irte. Una enfermedad de nombre marcial que poco a poco te desgajaba los recuerdos acabó por robarte finalmente el último suspiro. No te escribo desde el dolor ni desde la soledad, porque no me abandonaste ni me lastimaste nunca. Te escribo desde el humilde agradecimiento y para dejar constancia -aunque en verdad no hace falta, porque sé que de una forma misteriosa vos lo sentís- que tu paso por el mundo valió la pena.
Escribo para recuperar los recuerdos que la enfermedad te sustrajo. Escribo para que se sepa que vos no sólo sos ese pedacito dolorido de persona que en medio de los vapores delirantes de su mal, acurrucada como una criatura, llamaba entre susurros a sus padres, tal como yo te vi en tu útimo cumpleaños.
Fuiste una artesana del hilo y de la aguja. Cosías por el arte en sí mismo y por el arte de mantenernos. Hacías magia con bolados y miriñaques. También hiciste de ama de casa, aunque sé que en el fondo nunca te gustó del todo. Pero lo hiciste.
Tuvimos y dejamos de tener en cantidades proporcionamente iguales gracias al esfuerzo de vos y de papá. Eras alegre y no solo por condición marital. Te gustaba el baile y la música. Y en esa condición conociste a papá -bucanero iluso de muchos mares-, quien, como quien no quiere la cosa y con intenciones inconfesables (gracias a Dios o si no, no iba a poder pergeñar estas líneas evocativas), te levantó de la silla con la cual te habías caído en plena pista bailable del Sol de América. Después de eso, el matrimonio y todos sus bemoles. Y así llegamos a cinco. Kike, quien te escribe y Héctor. Te acordás de nosotros. Cuando pesadeabamos, de la rabia, trastocabas nuestros nombres. Pero, eso sí, los arteros zapatillazos llegaban sin problema de destinatario. No fuimos la familia Brady ni los locos Adams, aunque a veces lo pareciéramos. Fuimos felices y no lo fuimos. En fin, fuimos absolutamente normales, algo que de por sí ya es extraordinario.
No estoy triste. Lo que siento es algo más profundo y primigenio. Es algo que se me enredó en el pescuezo y golpea en la boca del estómago. Pero, no te preocupes, se me va pasar, aunque esta vez vos no me vas a dar el remedio ni el abrazo sanadores.
Espero que estés bien donde te dejamos. Estás bajo un árbol con el cual, con el pasar de los años, te harás carne y podrás nuevamente mirar altiva y feliz, bailando con el viento. Espero que así seas feliz y que te sirvan de algo los recuerdos que te devuelvo. Chau la vieja. Nos vemos.