07 feb. 2025

Carta abierta al Cardenal

Me dirijo a Usted, muy distinguido cardenal Adalberto Martínez, como mujer paraguaya, ciudadana y católica de a pie.

Como muchos compatriotas celebro su designación por parte de la Santa Sede como primer cardenal del Paraguay, ya que sabemos que toda responsabilidad conlleva un servicio, pero también una posibilidad de bien que repercutirá en toda la sociedad.

Qué alegría que en el Sesquicentenario de la Guerra Guasu, cuyos resultados nos arrastraron trágicamente durante mucho tiempo a una suerte de encierro existencial de supervivencia y duelo, hoy nuestro querido Paraguay brille con virtud, en su persona, en representación de tantos compatriotas que se sacrifican a diario buscando para su familia y su país el yvy marane’ÿ (la felicidad de la tierra sin mal).

Cada cosa tiene su tiempo, como solemos escuchar de los sabios. Tuvo su tiempo el callar, incluso hacernos los tontos ante los poderosos, y el resistir las humillaciones que con aquella etiqueta despreciativa de “guarango” quisieron acomplejarnos tocando lo más profundo de nuestra identidad. Es cierto, los paraguayos nos callamos en castellano, pero seguimos hablando y cantando en guaraní, conservando, transmitiendo y enriqueciendo nuestra cultura del jopói y de la amistad jovial, a pesar de los malos gobernantes, a pesar del viento norte y del karai octubre, a pesar de las traiciones a la patria de los de arriba, a pesar de los lobbies ideológicos extraños, a pesar de las pestes, del robo y del vyrorei institucionalizados.

También tiene su tiempo el resurgir con personalidad propia y permitirnos ese pukavymi de los que apreciamos el camino andado y agradecemos a los que jamás se dieron por vencidos, a pesar de sus límites, del pynandi, de los polvos del camino y de los cansancios.

Tener sentido común y considerar los tiempos para actuar no generan apatía ante el destino, sino esperanza, y creo que es lo que la gente de a pie celebra cada vez que un paraguayo resalta en la geografía global, más allá de profesar la fe católica o no.

No podemos reducir su nombramiento a meras lógicas de poder, aunque sabemos que también se consideran varios aspectos en estas decisiones. Parece más bien un guiño del cielo a este pueblo que nunca ha dejado de trabajar con fe desde su identidad nacional con rasgos cristianos imborrables.

Qué paradoja, sin embargo, que, al tiempo de distinguirnos por un lado, también estemos justo ahora bajo tiroteo de los agentes globalistas de cambio político, cultural y antropológico; en un tiempo de crisis de paradigma moral a gran escala, en un tiempo de grandes pero enmascaradas presiones para subvertir nuestro sistema de valores basados en la dignidad de toda persona como imagen de Dios, y todo en nombre de un supuesto desarrollo que exige una transformación con molde ajeno, en beneficio ajeno, exigiéndonos renunciar a lo más sagrado.

Es un tiempo difícil. Un cambio de época como lo definen, el cual requiere coraje e inteligencia, audacia y sencillez, además de fe en la verdad y el bien, un perfil de cierto heroísmo que no nos es ajeno a quienes ya hemos enfrentado en la historia Alianzas genocidas.

Debido a lo delicado de este tiempo, me permito solicitarle que en este nuevo desafío pastoral que asume, tenga a bien llevar al mundo un mensaje escrito en clave paraguaya, haciendo memoria siempre de lo más bello que atesoramos como herencia cultural, sobre todo gracias a las gloriosas madres paraguayas: el amor a la vida desde la concepción, el respeto a la familia, la defensa de la libertad y el aprecio de la convivencia armónica en comunidad, sin individualismos extremos, ni colectivismos extraviados, donde cada mitã’i, cada mitãkuña’i, cada karai, cada kuñakarai tenga cabida y oportunidades.

Al tiempo de bendecirlo, y pedirle su bendición, como nos enseñaron nuestros abuelos con el tupãnói, le deseamos lo mejor, Cardenal.