La carpetita contiene los “cambios profundos” que requiere un Estado que debiera sostenerse en la idoneidad declamada en la Constitución y que arremeta contra el viejo protocolo de los planilleros, prebendarios y sujetos de canonjías. Esta es la madre de todas las batallas y está contenida en: la carpetita.
Ahí se explica cómo deben ingresar a trabajar o figurar en la única institución donde se cobra con pandemia o sin ella. La que otorga privilegios como el singular presentismo o la que paga a los que multan en función de detectar a los evasores. Ahí están todos los que crearon sindicatos que defienden con uñas y dientes los “derechos adquiridos”, los que reproducen en el interior del monstruo la misma inequidad que define a la sociedad paraguaya porque incluso entre ellos hay funcionarios de primera, de segunda y de tercera. Nadie cuestiona esto porque los de abajo están seguros que la movilidad social ascendente se consigue tras un duro trabajo partidario, una generosidad compartida de las coimas y un acarreo de maletines sostenido y constante. Ahí se puede ver que alguien que vino con una mano adelante y otra atrás desde su “kokue akã” puede llegar a la condición de millonario en menos de una década. En este país no hay castas más que aquella que divide entre vivos y vyros (tontos) o entre funcionarios y empleados privados.
Todos esperan la oportunidad del manotazo y los que hicieron campaña creen a pie juntillas el grito de aquel líder revolucionario que motivaba a la carga de los montoneros sobre la promesa que habría (y el gesto lo dice todo): todo para robar, todo para comer y todo para sodomizar. El gesto lo hizo con la mano derecha y ha quedado en el DNA de la cultura de los que creen que lo público no es de todos sino de nadie. Todo lo que viene después es consecuencia. Los 100 días de soledad en pandemia nos trajeron la peste del insomnio como lo relata García Marquez en su monumental obra sobre los Buendía en el mítico Macondo. Por aquí, la cuestión del descubrimiento del hielo se reduce todo a la mágica carpetita.
Ahí está la piedra filosofal, el santo grial o la fantasía más absurda. En esas líneas está contenido todo lo que no se hará y que solo sirve para distraer y fantasear a un país que sostiene un costoso y corrupto Estado y del que no parece convencido de cambiar. Cuando pase la pandemia el que entregó la carpetita y el que la recibió volverán a lo mismo. No se harán el harakiri por eso, ni mucho menos. Sus familiares, amigos y deudos no se los permitirán aunque con ingenuidad algunos hayan creído que la carpetita contiene un Estado nuevo, organizado y profesional.