Mientras los seres humanos atrapados en jaulas domiciliarias miramos discurrir la vida como una película apocalíptica desde un balcón o ventana, los animales silvestres se adueñan de las autopistas en un delirio de libertad. La Madre Tierra se toma un descanso y aspira el aire inesperadamente renovado.
La pandemia del coronavirus no solo transforma nuestros hábitos cotidianos y relaciones sociales, culturales, laborales y económicas. También cambia nuestros valores y perspectivas.
Para quienes hemos sufrido los años oscuros de la dictadura stronista, las actuales palabras e imágenes de decretos de restricción, supresión de libertades públicas, toque de queda, cierres de fronteras, prohibición de circular, barreras de control policial y militar… deberían activar nuestros miedos más profundos, traer de vuelta a nuestros fantasmas antiguos, pero contradictoriamente nos transmiten una sensación de seguridad, la terca ilusión de que alguien -desde el revalorizado rol del Estado- nos intenta cuidar y proteger.
Aquellos que somos genéticamente críticos y opositores a toda forma de poder nos hallamos en la incómoda situación de admitir que algunas autoridades que responden al mismo partido político y al mismo sector social que son responsables de la mayor parte de nuestras desgracias como país en las últimas décadas, de pronto empiezan a ganarse nuestro respeto y hasta nuestro apoyo crítico por su desempeño ante la crisis.
No renunciamos, bajo ninguna circunstancia, a ejercer nuestra labor de vigilancia social y política, a defender nuestros derechos ciudadanos, a seguir luchado por ese Paraguay soñado. Aunque las estrictas normas de seguridad sanitaria nos impidan hoy salir a la calle a manifestar y a expresar nuestros reclamos, estamos aprendiendo que esta controvertida era digital nos permite utilizar otras formas de acción para ejercer ciudadanía aun desde nuestra auto-reclusión domiciliaria.
En este Paraguay en tiempos del coronavirus rescató simplemente tres casos en que la expresión ciudadana -ejercida a través de las redes sociales en internet y los medios de comunicación- en los últimos días pudo lograr importantes conquistas que en otras ocasiones habrían resultado muy difíciles.
El primero de estos casos se dio el viernes 20 de marzo, cuando varios ministros anunciaron que se levantaría la estricta cuarentena que había sido decretada por una semana, para que las actividades económicas se puedan normalizar. Parecía que la presión de sectores empresariales había doblegado al Poder Ejecutivo. Se habló de que el ministro de Salud, Julio Mazzoleni, podía renunciar al cargo por estar disconforme con la medida. Las fuertes críticas en las redes no se hicieron esperar y, al poco rato, el presidente Mario Abdo Benítez salió a desautorizar a sus ministros y al día siguiente decidió prolongar la cuarentena estricta hasta el 12 de abril.
El segundo episodio ocurrió el 26 de marzo, cuando una oleada de protestas expresadas por el escaso monto de los subsidios alimentarios para familias humildes, fijadas inicialmente en 230 mil guaraníes, obligó a que las mismas sean elevadas a 500 mil guaraníes.
El caso más increíble ocurrió el 30 de marzo, cuando, ante los fuertes reclamos ciudadanos, el Poder Ejecutivo decidió recortar temporalmente los altos sueldos de autoridades y funcionarios estatales, incluyendo a legisladores y a empleados de binacionales. Aún más, convocó a diversos sectores a iniciar un proceso de transformación de la estructura del Estado.
En otra época, quedarse en casa mientras el destino se definía en las calles era un signo reaccionario. Hoy podemos cambiar el país, aunque no podamos salir de casa.