Hubo emotividad al comienzo y también al final. Sí, como es característico de un clásico, donde las pasiones están divididas.
Estaba en juego no solamente el prestigio en un resultado, sino también ese sentimiento que cada protagonista tiene por su casaca, por el color de esa camiseta y obviamente por el respeto a ese maravilloso público de los cuatro sectores.
El escenario tenía el marco adecuado para que todo se traduzca en una verdadera fiesta y así fue.
Habíamos dicho que en un partido entre los tradicionales rivales no importaba quién o cuál equipo llegaba mejor y que tampoco interesaban los logros de tal o cual técnico y lo que sucedió en el Defensores sustenta nuestro argumento.
Hubo impaciencia en las gradas.
Sin embargo, la exaltación que se generó en uno de los sectores fue muy rápida. Este Olimpia, que estaba como un barco a la deriva hace una semana, dio la primera estocada.
Es una fórmula un poco añeja, pero con buenos resultados. Centro, cabeza y gol. Juan Carlos Ferreyra ganó a todos en el primer córner y aplicó el testazo para felicidad de los franjeados. Con este golpe, a Cerro se le dificultó todo. Oh!, sorpresa nuevamente, un tiro libre corto y los mismos protagonistas: Romero en el centro y para definir con la cabeza Ferreyra.
Ahí sí se le perdió la brújula al Ciclón. Quedó desorganizado y sin ideas. La luz de Dos Santos nunca apareció y en esas condiciones Pablo Zeballos no podía hacer nada peleando solo con tres centrales de oficio y gigantes.
Parecía el azulgrana un espectador más dentro del campo. Sacó fuerza de ese amor propio que tienen sus integrantes, buscó, tocó, pero no produjo nada.
En una jugada, incluso Olimpia estuvo a punto de aumentar la ventaja: fue Caballero quien ganó a todos por el sector izquierdo, mas el línea Milciades Saldívar indicó con su banderín que la jugada estaba anulada. Equivocación garrafal. Esta acción pudo haber cambiado el curso de la historia, no obstante, ahora solo queda en el anecdotario.
FUE SU TURNO. La necesidad obligaba. Había que cambiar de libreto. Cerro entendió así y tuvo un arranque esplendoroso en la reanudación. A solo dos minutos del inicio del segundo, Pablo Zeballos con una definición perfecta ya lo puso al Ciclón a tiro de empate. Era más que evidente: el azulgrana se convenció de que le llegó el momento de ser el intérprete del fútbol dentro de la cancha.
Se invirtieron los roles actorales. El Decano se defendió como pudo, tratando de alejar las pelotas que llegaban al área.
Empero, en una jugada sin trascendencia, Juan Carlos Ferreyra, sí el mismo que había entrado en la historia grande de los superclásicos en la etapa inicial, reaccionó contra Iván Piris y fue expulsado correctamente. Esta vez la noche le vino encima a un Olimpia que ya denotaba poco resto físico.
Todo se le complicó más cuando Jorge Núñez con soberbio disparo de tiro libre anotó el tanto de la paridad. Con un hombre más dentro de la cancha y con la posibilidad de desnivelar el marcador, fue Cerro Porteño el que lo acorraló a Olimpia.
El franjeado aguantó estoicamente la presión del adversario.
Cerro hizo un monólogo con el balón, pero careció de tranquilidad a la hora de la definición.
Una edición más del clásico se pudo vivir y las emociones estuvieron instaladas en los dos tiempos.
Por lo expuesto dentro de la cancha, lo que se puede concluir es que cada uno tuvo su fracción de brillo para llenar la expectativa que generaron durante toda la semana que pasó.
EL CICLÓN REACCIONÓ EN LA SEGUNDA PARTE, IGUALÓ EL MARCADOR Y EN EL BALANCE FINAL FUE MÁS QUE EL DECANO.