¿Cuál es el criterio por el cual se mide el “espíritu navideño” en estos días previos a las fiestas de fin de año?
Muy fácil.
Si la gente abarrota los comercios y consume sin parar, entonces el espíritu navideño es positivo y el barrigón Papá Noel ríe sin parar. Pero si la gente compra poco, entonces será una Navidad pobre y triste y las lucecitas de mi árbol apenas brillarán.
La filósofa española Victoria Camps nos recuerda que nuestra condición de ciudadanos viene aparejada con la de ser consumistas: “La ciudadanía de nuestro tiempo responde a ‘la libertad de los modernos’, esa libertad para centrar en uno mismo y dedicarse a los propios negocios”, y remata diciendo que “el egoísmo es un presupuesto de la concepción del hombre moderno”.
Ya no son los tiempos de la polis griega, lugar cultural donde lo público comprometía y definía la acción de los hombres, espacio vital donde el zoon politikón (animal político) de Aristóteles cobraba pleno sentido. Pero ahora estamos en tiempos de la modernidad (para otros de posmodernidad, da lo mismo), tiempos donde el tener pesa mucho más que el ser y el individualismo es la condición de posibilidad para cualquier acción que decidamos “libremente”.
Volviendo a Camps: “Lo que debemos preguntarnos es si las ilimitadas opciones de consumo no hacen sino limitar y oscurecer los horizontes de la ciudadanía. Debemos inquirir qué tiende a dar contenido y a señalar objetivos a esa ‘libertad de los modernos’, que es el derecho individual más básico. ¿Para qué queremos la libertad? ¿Quién nos gobierna realmente: nosotros mismos o unos intereses que nos llevan hacia donde ellos quieren?”.
Entre el 8 de diciembre y el 25 de diciembre es el lapso en que mejor revelamos la doble faz en que vivimos. Por un lado, un discurso solidario, el espíritu de Dickens se expande gracias a la industria cultural y nuestro corazón henchido grita ¡Feliz Navidad! a los cuatro vientos, cual Scrooge arrepentido, subimos arrepentidos la serranía cordillerana para “pagar” una promesa (primero la Virgen debe cumplir su parte); por otro lado, consumo desenfrenado, competencia por el mejor regalo, preocupación por el aguinaldo, por los petardos, la conservadora y la mesa pantagruélica.
Caacupé y Navidad, tiempo en que florecemos y mostramos nuestro verdadero rostro moderno.