Durante el tiempo transcurrido desde la caída de Stroessner se afirmó la conciencia no solo de la pujanza de las culturas, sino de la diversidad que las anima: Agentes plurales, a partir de sus propias conquistas en gran parte, comenzaron a tomar presencia en una escena tradicionalmente reservada a las artes “cultas” y el patrimonio nacional.
Ahora bien, la gran fuerza de esta cultura se nutre del empuje de sus propios actores. Las grandes instituciones formalmente responsables de impulsar esa escena nunca estuvieron a la altura de lo producido en ella.
Ni el Estado, ni las municipalidades y gobernaciones, ni las universidades aportaron suficientemente a esfuerzos que siempre hubieron de recurrir a los recursos más variados para sobrevivir.
El mercado apunta en doble sentido: Actúa de apoyo fundamental de muchas iniciativas pero condiciona el alcance de las mismas al privilegiar el momento rentable por sobre el creativo.
Lo positivo de este tiempo: la producción cultural se mantiene vigente, crece, se diversifica. A nivel estatal: La ley Nacional de Cultura, la de Protección del Patrimonio, la Ley de lenguas, la Ley de Fomento al Audiovisual y el proceso de la Ley que reconoce la población afrodescendiente, entre otras normativas de relevancia. También la mayor atención concedida a la actividad audiovisual y la promoción del arte popular e indígena a cargo del Instituto Paraguayo de Artesanía. Debe ser mencionada, además, la alegre cultura del Bicentenario y el fortalecimiento de instituciones civiles y de espacios culturales privados (museos, galerías, institutos académicos y centros culturales varios).