Mucho se ha dicho y publicado sobre el cultivo del algodón. Pero creo que no se ha recabado suficiente información sobre los antecedentes de ese cultivo. El algodón que cultivaban ya los pueblos originarios y luego los campesinos era del tipo perenne, con dos cosechas al año. De baja producción, pero de alta calidad, producía unos 600 kilos por hectárea; con los años llegaron variedades mejoradas que aunque su rinde era de unos 1.200 a 1.500 kilos por ha., era uno de los mejores algodones del mundo, justamente por su longitud de fibra y porque los capullos, al ser cosechados a mano, estaban libres de impurezas, y la fibra no se rompía como es el caso del algodón cosechado con máquinas. He ahí la importancia de preservar las semillas nativas.
En los años 80 aparecieron desmotadoras, comerciantes seducidos por la demanda del algodón, pero fue terrible atentado contra la independencia económica del campesino, quien vivía prácticamente de lo que producía, sin necesidad de endeudarse. La “fiebre del oro blanco” obligó a los campesinos a entregar su algodón al acopiador, quien le fiaba la mercadería y proveía de insumos. El acopiador-almacenero le robaba en el peso y en la clasificación de la fibra. El campesino retiraba del almacén a cuenta del algodón que debía entregar, solo a ese acopiador. El campesino aprendió a deber y a consumir cosas que antes no lo hacía, sobre todo a crédito; bebidas alcohólicas, gaseosas, cigarrillos..
Ahora se viene el algodón transgénico, no entraré en detalles técnicos ya que hay demasiados ejemplos de lo devastadora que puede ser. En Paraguay el cultivo del algodón se realiza en superficies de entre media y 2 o 3 ha. El transgénico podrá producir más, pero el campesino estará sujeto a la compra obligada, cada año, no solo de la semilla, propiedad de las multinacionales, sino del paquete completo; fungicidas, abonos, matayuyos y cuanto agroquímico sea necesario para la producción
Flaminio Godoy Alfonso