En algún momento ponderé en alguna de estas columnas la renuncia del Papa Benedicto. No habrá sido nada fácil y en general no es algo que sea frecuente en nuestro medio y mucho menos cuando ella implica alejarse de beneficios, poder o fama. Una variante mas aceptada es cuando se hace para acceder a una posición mejor o con más oportunidades o cuando la causa es alguna limitación física o de edad. Jesús ejerció varias veces ese poder, por ejemplo, cuando no convocó a los ejércitos celestiales para defenderse o cuando desistió de predicar en lugares donde no iban a escucharle.
La pandemia en curso ha producido muchas actitudes llamativas en todo el mundo y una de ellas es la “gran renuncia” principalmente notoria en Estados Unidos donde millones de personas han abandonado sus puestos de trabajo. En Europa ese comportamiento ha sido mucho menor. Más allá de factores entendibles como el seguro de desempleo, los incentivos a las empresas, las condiciones de acceso de cada mercado y los riesgos de cada situación, hay una parte, mayoritariamente joven, que entiende que puede encarar su vida sin tanta exigencia, tanta presión del horario o de metas y con un equilibrio de dedicación personal y familiar. Por supuesto no todos pueden repentinamente arreglarse con menos ingresos, emprender alguna actividad parcial, o cambiar de ocupación. Por ejemplo, el teletrabajo en todas sus variaciones, trabajar desde la casa, trabajar en “coworking” y demás, puede significar en algunas profesiones mucho mejor manejo del tiempo y hasta mejores ingresos.
La moraleja de todo esto es que algunas personas han encarado el desafío personal de cambiar, buscar serenidad, ayudar a la comunidad, cuidar su sistema inmunológico y mejorar relaciones, pedir perdón y dar gracias, sin perjuicio de atender recomendaciones y tratamientos médicos.
Para que estos enfoques sean factibles el empresariado debe hacer su parte accediendo a acuerdos y enfoques distintos, y quizás apoyos innovadores, y el Estado debe, urgentemente, mejorar salud, educación, servicios sociales y entre todos eliminar las 4 horas, o más, que mucha gente pasa trasladándose de su casa al trabajo y regresando. Es imposible hablar de un país productivo con estas carencias.
Nuestras condiciones son tan prometedoras que bastaría que unas pocas personas hagan pequeñas renuncias, achiquen su ego, calmen su codicia, y dejen hacer acciones correctas que beneficiaran a todos. Dios les compensara abundantemente.
Que el Espíritu Santo nos ilumine y nos encamine para lograr grandes bienes en favor de los demás.