09 feb. 2025

“Beto”, el pesebrista paraguayo que se destaca en Argentina

Gilberto “Beto” Ferreira Benítez nació en Paraguay pero vive desde hace años en Argentina, donde es considerado uno de los mayores pesebristas del país y da rienda suelta a su amor por el misterio de la Navidad como creador, restaurador y coleccionista de belenes.

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“Beto” destaca que el nacimiento de Jesús es la única representación evangélica que se hace en las casas y con la participación de toda la familia. Foto: EFE.

EFE


“Un pesebrista es un apasionado del pesebre. Vivimos todo el año hablando del pesebre”, cuenta Ferreira Benítez, de 64 años, miembro de la Hermandad del Santo Pesebre, constituida en 1955 en Buenos Aires.

Conocidos también como belenistas, en Argentina son llamados pesebristas porque a la representación del nacimiento del Niño Jesús se la denomina popularmente como pesebre.

Sin embargo, como experto, “Beto” aclara que pesebre es, estrictamente hablando, el que tiene más de una quincena de piezas, mientras que un nacimiento se restringe a las figuras de san José, la Virgen María y el Niño.

Un pesebrista, explica, es fundamentalmente quien realiza las piezas y quien monta el belén, pero es un concepto que puede extenderse también a quienes coleccionan pesebres y difunden esta “pasión”.

Ferreira recuerda que cuando de niño participaba del armado del pesebre en su natal Asunción, pero no fue aquella tradición familiar la que moldeó su amor por el misterio del Nacimiento sino el arte.

Tras emigrar a Argentina, obtuvo una beca para estudiar en Florencia (Italia), donde por dos años se perfeccionó en bellas artes y restauración, y allí ganó un concurso con un pesebre que armó con retazos de gamuza que sacó de la basura y figuras de resina.

Regresó a Buenos Aires en 1983 y se instaló en el barrio capitalino de San Telmo, donde abundan los anticuarios y donde vive rodeado de piezas de arte y, entre ellas, sus amados pesebres.

Por su labor como restaurador llegaban a sus manos piezas de pesebres y comenzó a adquirirlas.

“Sin darme cuenta, tenía tanta cantidad de piezas que me dije un día ‘soy un coleccionista’... ¡ya no sé casi dónde guardarlas!”, reconoce.

En su haber: unos 25 Niños, una treintena de pesebres, una quincena de nacimientos y tantas y tantas piezas sueltas que ya perdió la cuenta.

Los tiene antiguos y modernos, de América y de Europa, en miniatura y de gran tamaño... pero sus favoritos son un pesebre napolitano, otro paraguayo tallado en madera, de la época de los franciscanos, y uno quiteño, también de madera, con figuras con ojos de vidrio, detalles de platería y un baldaquino jesuítico que luce elegante en la sala de su casa.

“Mi idea, mi sueño, es armar un museo del pesebre, que sería el primero en Suramérica”, se entusiasma “Beto”, quien da clases de armado de escenografías para belenes, monta por pedido pesebres en instituciones públicas y privadas y ha participado de varias exposiciones.

Con su ojo artístico, al ver un pesebre no puede evitar juzgarlo desde un punto de vista estético: puede “ser rústico, más feo, más pobre, mal puesto”, pero finalmente se para frente a la escena “y es como que uno se eleva viendo eso y se pone contento porque conecta” con quien lo armó y sus sentimientos.

Reconoce que en Argentina el arte del pesebre no está tan difundido como en Europa u otros países latinoamericanos, como Perú, y lamenta que “la gente identifique más la Navidad con el Papá Noel”, cuando en realidad se trata de “la fiesta del nacimiento del Niño”.

“Beto” destaca que el nacimiento de Jesús es la única representación evangélica que se hace en las casas y con la participación de toda la familia, una tradición que se pasa de generación en generación.

Y en tiempos de indiferencia religiosa en no pocos sitios del planeta, asegura que el belén tiene “valor” también para las “personas que no creen” pues, argumenta, “un lindo pesebre habla solo”.

“El pesebre es un mensaje. Quien pasa por delante de un pesebre, por más ateo que sea, quizás juzgue lo artístico pero se preguntará qué significa lo que ve. Es muy difícil pasar indiferente ante un pesebre”, sostiene.

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Recuerda a otro miembro de la Hermandad, un siciliano ya fallecido, que le contaba que “cuando era chico se sentaba en la iglesia, donde estaba el pesebre, y lo tenían que venir a arrancar porque no podía dejar de contemplarlo”.

Él mismo, admite, cuando recorre museos e iglesia y encuentra un belén se detiene más tiempo que el común de los visitantes porque establece un “diálogo interno” con los pesebres.

“Me pueden tratar de loco, pero es más fuerte que uno”, comenta risueño “Beto”, pero sin desvelar, al fin al cabo, los secretos de ese diálogo misterioso con el más santo de los misterios: el del Dios hecho hombre.

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