“Desde el Antiguo Egipto todo ha cambiado y nada ha cambiado. Seguimos los mismos patrones de comportamiento. Los celos, el poder, la traición o la lealtad están en nuestro ADN. Las pasiones humanas son las mismas desde hace 4.000 años”, dice el ganador de un Oscar.
Detalles. Intrigas, batallas épicas, relaciones incestuosas y grandes dosis de exotismo son los principales ingredientes de Tutankamón, quien subió al trono del Antiguo Egipto con solo 9 años. Pero el control de su reino estaba en manos de su círculo más cercano, encabezado por Ay, junto con el general Horemheb y el sumo sacerdote Amón.
Las tensiones políticas se desatan cuando Tutankamón alcanza la adolescencia –papel interpretado por Avan Jogia– y descubre que sus habitantes viven en la pobreza más absoluta, lo que le impulsa a hacerse con el poder de facto.
“Ay es el poder en la sombra, un hombre muy importante que acabó siendo él mismo faraón (...). Su gran habilidad es convencer a todo el mundo de que dice la verdad. Es un superviviente político y, en ese sentido, muy actual”, describe Kingsley.
“El poder domina el mundo y nuestra vida diaria, el poder decide desde en qué gastamos nuestro dinero a quiénes pensamos que son nuestros enemigos y nuestros amigos”, reflexiona Ben.
Incluso, en la relación de los antiguos egipcios con los dioses, Kingsley encuentra ciertos paralelismos con el mundo moderno. “Estaban completamente fascinados con la idea del despertar de la tumba y encontrarse con los dioses. Nosotros tenemos nuestra propia versión de la inmortalidad, con los avances médicos y esas cosas”, apunta.
Tutankamón murió en misteriosas circunstancias, sin dejar hijos varones, y Ay le sucedió en el trono. Y no deja de ser irónico –matiza Kingsley– pensar que el éxito de esta serie, que en su estreno en EEUU llegó a 1,7 millones de espectadores, implica que han alcanzado esa mortalidad ansiada, aunque de otro modo al que pensaban. EFE